acerca el nido

 

Si una vez te sientes pequeño, pregúntale a la hormiga que duerme en los zapatos de un elefante. Si alguna vez te sientes fuera de lugar, pregúntale a un piojo en la cabeza de un calvo. Si alguna vez no sientes que perteneces, háblale de amores lejanos a un isleño. 

Hace poco me preguntaron la edad y cuándo dije cuarenta y cuatro casi no me creyeron. Si hubiera dejado hablar a mi coquetería, hubiera agarrado el espejo y controlado cuantos centímetros de cana salían de mi pelo pintado, o cuan cuarteado llevaba el maquillaje al final del día descubriendo mis arrugas; pero estaba tan cansada que solo tenía como ropas la piel con sus mil y una noches de historias intensas. Entonces entendí que a mis interlocutores no les cuadraba la lista con el billete, tenía que vivir mil vidas para tanto cuento y muy probablemente había sido así.

En una tienda como la mía y con unos ojos como los míos nunca pasa un día sin que algo me remueva. Cuando no es quien pone a pelear el cuerpo que se imagina con el cuerpo que tiene, está la que lucha contra todos los demonios para tener bajo control a la puta o el macho que lleva en las extrañas. Lo más terrible para mi, son las compras en compañía de las sobre-protectoras o las envidiosas. 

Como a los presos, a todos nos molestan las estructuras y la disciplina, pero solo cuando la ejercen los gobiernos o las iglesias, se lanzan los pueblos a luchar por sus libertades o a canjear sus límites. En cambio cuando el yugo es puesto en práctica con la lascivia de quien nos quiere, es casi imposible rebelarse y si lo haces una gran parte de la gente no te apoyará. 

Tuve una clienta en estos días con necesidades especiales, mas especiales que los de la mitad de la clientela habitual. Ella utilizaba una silla de ruedas para moverse y su dicción era como la mía después de un par de rones. Eso si, su cabeza estaba, al menos a esas horas, mejor que la de la media de la población. Lástima que sus padres no la vieran con mis ojos, rebosando de vida en sus dieciocho años, viva, extrovertida, sabiéndose diversa, lo cual es el sueño de muchos. Sus padres asumían que ella tenía muy poca información sobre moda y por lo tanto que se conformaría con lo que le dieran. Según su percepción no estaba apta para elegir, no me pregunten si esto era infundado o cierto. Ya que la silla era su compañera de viaje y para que se sintiera cómoda, habían recolectado cuanto pulover XL había en la tienda y tenían armado un tinglado que ni les cuento, en el medio de la cabina. La madre tiraba de un brazo, el padre tiraba tres fotos, la pobre chiquita pescaba los espejuelos al vuelo y no hacia mas que reír. Pero yo conozco esas sonrisas, era seguramente como la que ejercitaba Jack el destripador un mes antes de empezar su carrera como apretador de cuellos callejeros. Ya la muchacha era pequeña en su fisionomía y envuelta en tres hojas de maíz y doce de poliéster era un tamal lo que fotografiaban. Yo no pude más, me ofrecí a colaborar y empecé por deshojar a la muchacha. Busqué las tallas justas y mirándole a los ojos, como si fuera un referí de boxeo a su jugador en pleno campeonato, „fíjate tu talla es S o M, si quieres probar otras, tus derechos humanos pero no que te anule un trapo“. Ella sonrió, esta vez como a quien acaban de sacar de una lata de aceite. Sus padres no sabían si estar felices o no, yo les había dado un golpe de estado con una sonrisa y ellos tendrían que pagar la cuenta. 

Mi formación de moda antes de venir a Europa era muy escasa. Algunas experimentaciones con mi hermana, un par de videos musicales de los ochenta o noventa, alguna que otra revista que nos caía en la mano. La cosa cambió cuando empecé a tener mas información y a jugar con la ropa, no como con las muñecas sino a jugar con sus significados. Después busqué información sobre los grandes diseñadores y su conexión con las artes me cautivó, y hoy en día es algo que disfruto inmensamente. Pero si dejara a un lado los bordados que hacia con Yiya en las vacaciones, las muestras de papel que mi hermana recortaba para sus cursos de costurera, las guayaberas y los safaris de mi papá y los trajes que le hacia Elsy a mi madre, no sería la vendedora que soy. Siempre recuerdo lo que decía el poeta, en lo personal está lo universal. Así que yo revivo mi historia constantemente e intento recordar los encuentros porque de cada uno de ellos hay siempre algo que aprender. 

En mi mente tengo un eterno vestido de botones de nácar con materiales del Encanto, fruto de las manos creativas de Celia. Desde una pequeña casa en la barriada de Lawton me enseñaron el lujo de los abrigos de pieles, las mantas tejidas con canutillos, los pelos violetas. Yo tampoco podía caminar tan lejos, y tres ancianas a la izquierda me abrieron las ventanas del glamour habanero. Tres ancianos a la derecha me llevaron con sus anécdotas dando tumbos por las calles de los años cuarenta. Y así yo con mis necesidades cargué con sus recuerdos y los hice míos. Asumir que crecemos no es mirar con nostalgia, yo tengo muchas ausencias pero tengo tantos nuevos amigos y de los otros tantas anécdotas, que me hacen vieja en risas y enseñanzas. Espero que la clienta regrese, aunque se ponga los pulovers inmenso para hacer felices a los suyos y con su visión del mundo contagiarnos a todos nosotros, con las ganas de vivir de quien ve el mundo desde otra perspectiva, a pesar de lo corto o largo de sus pasos, de lo cerca o lejos de su nido y sus guardianes.