Cámaras...Action

 
mimir.jpg

Se calcula que una mujer del primer mundo se compre aproximadamente seis chaquetas por temporada. ¿Qué hace con ellas? Es tema que ocupa a psicólogos y naturalistas. En la distancia de doce meses renueva su armario una vez, sortea sus prendas y da un aire distinto a su apariencia. Algo así como las limpiezas de las casas antes de navidad. Mi madre siempre ha estado obsesionada con las limpiezas estacionales. Por suerte en la isla caribeña el clima siempre fue condescendiente con mis exageradas ganas de baldeos y recogidas de tarecos, saboteando el plan anual de higiene y epidemiología de mi casa. Si algo maravilloso tiene la zona tropical es que el invierno es un relajo y el verano eterno, así que la naturaleza mantuvo comprimidos los sueños de escobas danzantes y mangueras voladoras en dos grandes momentos, las vacaciones de verano y el fin de año. En cambio por aquí, donde yo con mucho gusto le vendí mi alma al diablo del consumo, se renueva y refrescan las alacenas, las gavetas, los closet y estanterías hasta por las temporadas ciclónicas. Si conoces el cargo de conciencia y necesitas una buena justificación usas el calendario católico y festejas con alguito nuevo cuanto santo te parezca. En caso de no bastarte, déjate provocar y agarra el maya y por cada simbolito corres a las tiendas y te regalas cualquier cosita para acumular.

Pero en mi caso no fue siempre así. Quince primaveras atrás llegué a este país, entonces estaba más perdida que un piojo en la cabeza de un calvo. No tenía ni idea de que rumbo tomaría porque la libertad es una bestia difícil de domar y al principio tiene la cara fea. Recuerdo que entonces mi ex suegra era la encargada de vestuario, atrezo y doblaje. Mi ex era la reencarnación de un director de cine experimental, con una visión loca y borrosa del mundo, pretendiendo que el resto hiciera la película, pero con su nombre en los créditos. Su padre en cambio era director de efectos especiales y atención al hombre. ¿Y yo? Yo era parte de la escenografía un día, al otro una cámara o el telón de fondo. Me organizaban unos atuendos canjeados o heredados, tres tallas más grandes o dos mas chiquitas. Como yo no sabía ni quien era, me enganchaba aquello y le daba a los pedales. Por las mañanas ante el espejo, mi mejor compañero, era un campo de batalla, no reconocía mi imagen, no tenía guión, no sabía que género cinematográfico se filmaría, lo único que podía hacer era intentar dar vida a los personajes que me inspiraba el vestuario y sobrevivir. Así fui Sancho, Ofelia, Esterbina, el tiranosaurio Rex, hasta músico del Titanic, cualquier cosa venía bien. 

Disfrazarme era divertido y hacía que corrieran rápido las horas para doler inadvertida. Con el pasar de los meses, la bendita soledad por todos lados y el vestuario que se repetía, me cansé de interpretar otros roles y una de esas tardes grises decidí representarme a mí misma. No conocía mucho de la caracterización del nuevo personaje, pero tenía tantos cuentos en los genes, tantas ganas de entender mi historia y es que el mundo es un pañuelo y cualquier escenario es siempre el mismo, ese que está debajo de tus pies. Era cierto, mi cuerpo no estaba en el malecón ni en las Malvinas pero tenía al fin las alas que siempre había soñado, sin la humedad pegajosa del paternalismo o el machismo. Había llegado la hora de dar camino a toda aquella ropa que no era compatible conmigo. 

El viaje sería duro, liberador, pero seguro con tantas lágrimas como orgasmos, porque aquello de conocerse también tenía que ser divertido. Me faltaba el idioma y no podía estar armando un showcito por todos lados. Encontrar alternativas de comunicación era vital y lo que tuve a mano fue la moda. Mis primeras compras fueron alocadas e intentaba llamar la atención y decir a todos que yo era distinta y que estaba lista para lo que viniera. Me daba lo mismo un mitin de repudio que una fiesta familiar. El primer golpe fue que al dar credibilidad a un prototipo contra el que yo quería luchar, lo que hacia era darle mas importancia y presencia; como si ser cubana fuera solo una imagen, como si ser caribeña sonara de un solo modo, como si ser extranjera definiera mis múltiples personalidades, como si ser mujer se pudiera empaquetar en una tanga y una blusa con vuelos. Fue ahí que comenzó la verdadera escalada. Quién soy, qué quiero que vean y quién. 

A menudo llegan mujeres a la tienda y me preguntan cómo se deberían poner esta o aquella pieza y yo insisto que una vez comprado les pertenece, que si se quieren poner la falda de sombrero, tienen todo el derecho del mundo para hacerlo. Está en cada uno decidir ser parte del coro o poner la nota discordante. La gente ríe y piensa que no hablo en serio. Estoy tan convencida que la democratización de la moral de los últimos treinta años está siendo menos democráticamente puesta en práctica de lo que deberíamos y que esto es tan presente en el mundo de la moda como en cualquier otro. ¿Qué es la democracia? El poder en las manos del pueblo. ¿Qué es el pueblo? El conjunto de personas, por lo tanto la pluralidad, la coexistencia de una colección de desacuerdos, porque todos tenemos criterios fundados, obsoletos, ciertos o divinos, anárquicos o paranormales. Me encanta decir que el gusto es como el ombligo, que cada cual tiene el suyo. Esta semana por ejemplo yo he decidido que estaba hasta las narices del invierno y me puse toda la semana sandalias. Pero los seis grados estaban allí esperándome al cruzar el umbral cada mañana. Así que para proteger mi existencia, me puse las sandalias con medias, como un buen turista canadiense, con sobrepeso y la fecha de nacimiento escrito en números romanos de tan longevo. Que diversión las miradas del coro, las luces, los flashes, el murmullo como música de fondo de esta que ahora es una película dirigida, producida y actuada por mí.