nunca digas nunca
Estoy hasta los mismísimos de escuchar que es tarde para esto o para aquello. Que yo sepa, y según mi larguísima experiencia de vida, las tres guerras en las que he participado y los ocho intentos de colonización que he sufrido en estos cuarenta y cuatro años, lo único que conozco en lo que el tiempo sea determinante es para la pasta al dente, la carne a medio tiempo y los viajes en transportes pesados. Sentir esa frase y cuestionarme si soy un flan de caramelo o una carrera de vallas es lo mismo. Me miro por doquier y no encuentro el taxímetro que según la sociedad debo tener instalado en algún lugar tan secreto y privado como el yeyuno o el punto G. Un reloj biológico que determina cuándo debo procrear, hasta cuándo seré productiva, cuando se me acabó eso de „comenzar de cero“, las blusas con tirantes, las faldas cortas o cuando es el mejor momento de rendirme y botar el sofá por el balcón.
Hoy escuchaba una conferencia sobre Foucault, se los recomiendo, donde despedaza el concepto de „Dispositivo“ para entendimiento de nosotros pobres e ignorantes mortales. Pues yo no les voy a hacer la historia larga, la conclusión es que los dispositivos son actitudes que recibimos como herencia, estas nos predisponen y dictan cotidianamente una serie de acciones. En principio lo más importante es reconocerlos, investigar su origen y en caso de no tenerlos en la lista de las verdades absolutas y científicamente probadas, los desactivamos y san se acabó, a reinventarse la historia. Esto que parece muy metafórico y complicado lo vivimos a diario. Nos movemos y actuamos como nos han enseñado y lo repetimos sin pensar en la autenticidad o actualidad de lo que hacemos o decimos. Allá voy de nuevo con el reloj biológico, pues la maldita clepsidra, si contamos que el setenta porciento de nuestro cuerpo es agua, seguramente no vamos a tener un reloj cucú de tres péndulos clavado no se donde, en realidad no existe. Su origen fue un modo de explicar el ciclo vital y se supone que en el punto medio de nuestra existencia sea el mejor momento para procrear y hacer todo lo demás. Así funcionaron nuestros ancestros, sobre una base puramente cultural. Por ejemplo en Sierra Leona donde la esperanza de vida es de cincuenta años, es totalmente natural que las sierraleonesas tengan hijos con catorce. Pero que en la Europa de hoy que alcanza la media de los ochenta y dos años de vida, todavía escuchemos a gente repetir como papagayos que se te va a pasar el arroz, es un escándalo. ¿Es que hemos parqueado el carro de la modernidad en la década del sesenta?
Esta semana tuve una clienta en la tienda, que a propósito no compró nada, me contaba que después de un matrimonio larguísimo, un divorcio traumático y la salida del nido de su hijo adulto, había encontrado el amor de su vida. Estaba buscando ropas sexy, pues llega el verano y en su casa hay un reguero de hormonas y testosteronas que no hay quien encuentre la puerta. Nos echamos unas risas y tras despedirse le conté a una de las trabajadoras la razón de nuestras carcajadas. En el círculo diabólico del reloj biológico no se escapa el tema del sexo, porque si el coito tiene solo la función de la reproducción, después de los veinticincos, usted cuelga el cinturón pélvico detrás de la puerta con la bata de casa y se declara fuera del área de servicio. La cara de la muchacha era de parto. No creía que fuera posible el amor después del amor. Al cerrar la tienda yo aún no daba crédito a su reacción, así que volví a traer el tema a colación. Sin la menor intención de ofenderla ni de ofenderme, le pregunté que pensaba de las mujeres que como yo, podíamos ser su madre. Pues sencillamente en su imagen a partir de una edad las mujeres se vuelven asexuales o frígidas, especialistas en comidas de larga cocción, amantes de las artes manuales y de sueño ligero. De donde esta niña sacó eso no me pregunten, pero me puedo imaginar que proviniendo de una región bastante conservadora, haya sido este el discurso de sus abuelas para quitarle atractivo a lo que, por su propio peso, se convertirá un día en el pollo del arroz con pollo. Lo divertido es que en el último siglo donde todo parece ser tan escandaloso y pervertido, donde todos quieren esconder su sexualidad o criminalizar las mas inocentes fantasías, no paramos de hablar, de consumir, consiente o inconsciente, de sexo.
Me arremangué las tiras del ajustador, solté con algo de rezongo la mascarilla y le dije -„A ver mi niña, para tu información la vida sexual de cada uno es tan individual que no es posible de categorizar así como tú has hecho. Las frecuencias son diversas para todos, los deseos de exploración y explotación también, yo, por ejemplo, he disfrutado de mi sexualidad a plenitud mas en estos tiempos que en la flor de la juventud. Tengo varias amigas que son madres después de los cuarenta y ni la ciencia las trata de riesgo, ni sus maridos tampoco. Probablemente la dificultad esté en que la cantidad no es tan importante como la calidad. La medicina adelanta a pasos agigantados. Infórmate porque te llegará un día un cumpleaños y te sorprenderás.“- Su cara se sonrojaba y entonces me vi en un nicho de escasa información entre las mujeres. Ya no estaba molesta, ahora sentía la responsabilidad de compartir para ayudar a desaparecer un dispositivo. Le hablé de lo dolorosa de la ovulación y de la conciencia del idioma de los cuerpos. De la percepción de la vida productiva en un punto medio de la edad laboral, donde tengo por delante tanto trabajo como el recorrido. Del hecho de ser cada día el mejor momento para tomar otra dirección o descubrir nuevas sensaciones en este cuerpo que de inmenso y desconocido es un mar de aventuras. No hay nadie que nos diga que es tarde para amar de nuevo, con quien o como hacerlo, el tiempo es nuestro y presa de la libertad seguiremos.