sin cabeza

 
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-Ay dios mío santísimo, ahí está. Seguro que borracho. Caridad del cobre protégeme, cada vez que toca el alcohol se transforma. Y a mí se me olvidó pedirle a todos los santos guerreros esta semana que le tuvieran la cabeza tranquila.- 

Eran pasadas las doce. El coronel llegaba dando tumbos a su casa, después de haber gastado sus furias contra lo imposible o contra su última querida. En los últimos meses se habían puesto en discusión todos sus conocimientos, sus principios e incluso su devoción por la Revolución y sus líderes. Sabía que la zafra de los 10 millones era una locura, lo veía como guajiro que era, pero también sabía que lo imposible se hacia posible si todos cooperaban. Confiaba ciegamente en el proyecto, pero los hechos le rompían cada día más la venda a la que se aferraba como a una tabla de salvación ante un eminente naufragio. Adele, en cambio, ignoraba de sus queridas, de los anónimos, de las amenazas que recibían últimamente. 

No habían pasado ni cinco minutos de su entrada a casa y Adele, que estaba en cama simulando que dormía, temblaba bajo las sábanas aterrada. Su único pensamiento era cómo  evitar otro encuentro violento, o cómo reaccionar a su altura. No era primera vez que fingía dormir, o simplemente intentaba ignorarlo y no había funcionado, pero esta noche tenía otra idea en mente.

Se abrió la puerta del cuarto y la luz del pasillo entró como un rayo en noche de tormenta. Inhaló suavemente y al exhalar  sintió como sus párpados se hacían pesados. Nadie se daría cuenta de su farsa. Un primer paso y...-Cuando se me acerque me hecho a correr, abro la ventana, salto al patio y no paro hasta la calle. Esa reacción no se la va a espera. Adonde voy.  La ventana,  mierda se me quedó cerrada.– Todo eso pasó por su mente en el mismo momento en que el coronel cambiaba el peso del pie derecho al izquierdo y dejada la mano enganchada a la manilla de la puerta, como si de un lastre se tratara. Su pie izquierdo fue para los oídos de Adele como una mandarria. Exhala e inhala, párpados pesados, exhala e inhala. Era consciente que su noche colgaba del hecho de pestañear o no. Un simple temblor de ojos y podría terminar de manera horrible, vejaciones, irrespeto y quien sabe que mas. – Que podría pasar si en vez de huir, cuando se acerque, doy un salto en la cama y con un tsuki, directo a su mandíbula inferior, lo tiro sobre el tapete y queda fuera de combate. Qué maravilla, entrarían las mujeres del barrio y me abrazarían. Me entregarían un diploma en nombre de todas maltratadas de la circunscripción, que no deben ser pocas.- La fiesta en la cabeza de Adele fue interrumpida por el tercer paso. Con el pie derecho, su pie fuerte, el que estabilizaba su tambalear, rompió el silencio como un trueno con todas las intenciones de despertar a su amada-víctima. – Pero es muy poco probable que yo pueda tirarlo a tierra con un golpe, si yo nunca he tirado ni una piedra. No va a funcionar. Ay mi ángel de la guardia protégeme y protégelo, porque ya no sé de lo que soy capaz.- Un cuarto paso cortó de un tajo los rezos y pedidos de su devota esposa. – El reloj, se lo reviento en la cabeza. Pero yo no quiero matarlo, aunque tantas veces ... Que digo yo del reloj, si es que está al otro lado de la cama. Me tengo que girar. – Adele, simulando estar inmersa en sus sueños, se giró con el desparpajo de quien finalmente reposa después de un día de guerra. Un aire entró sigiloso en la habitación confirmándole sus temores. De pronto el cuarto olía a alcohol mezclado con sudor y sexo, pero ese detalle ya no le era importante. Ella no quería enfrentarse a él, no esta noche. Quinto y último paso – En caso de alcanzar el reloj tendré muy pocas probabilidades de golpearlo en algún lugar que me dé tiempo a escapar. Tengo que esperar a que se acerque más, darle en la cabeza y cuando la sangre lo ciegue, pues correré. Correré hasta el mar, o hasta una iglesia.- El coronel apoyó su mano izquierda y la rodilla derecha en la cama. El colchón se hundió como si se abriera una gran boca esperando devorarla, alejándola cada vez más de su objetivo, la mesita de noche. Exhala , inhala, exhala , inhala. Era lo único en que pensaba Adele mientras veía la imagen de su hija riendo y correteando alrededor de la mata de naranja. Sólo por ella no lo había había tirado todo a la borda, a esas alturas se había repetido tanto esa excusa, que se la creía. Entonces la mano derecha a centímetros de su cara estabilizó su cuerpo, pero desbarató sus planes. El hálito de su marido ya no la dejaba respirar, su cuerpo estaba listo para atacar pero en esa posición era casi imposible. Se sintió acorralada y a cada golpe de pensamiento le llegaba la imagen de cada golpe recibido en los últimos años. Se le cerró la garganta. Las lágrimas estaban a punto de salir cuando sintió  un beso en la mejilla izquierda, exactamente como él le hacía a su niña para desearle buenas noches. Aquello le dolió mucho, le dolió adentro, tan profundo que abrió los ojos humedecidos de tantos sentimientos encontrados. Se giró, tomó la cara de su amado-victimario con ambas manos y le besó los labios con pena, por amor, por el amor en que un día creyó.