open mind

 
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La gente por lo general rechaza la ayuda de las vendedoras. Al entrar a un negocio presumen que serán inducidas a comprar lo que no quieren, gastar mas de lo que presupuestaron o simplemente temen ser descubiertas en su viaje placebo ante esta vida loca, loca, loca. No saben que es mas difícil ser manipulado por una sola persona que por toda una sociedad que con sus miradas y mensajes no tan subliminales, te marcan el camino correcto con alambre de pua y palo de policía. Yo en cambio siempre recurro a los profesionales porque así ahorro tiempo, tengo la información que quiero fruto de su experiencia y conocimiento, además converso con la gente, que es lo mas divertido de chopinguear.

Esta semana ha estado el negocio bastante lento, parece que el fin de mes nos ha debilitado el bolsillo a todos por igual. No obstante con las rebajas siempre llegan algunas clientas dispuestas a probarse cualquier cosa que cuelgue de un perchero. El lunes entró un grupito de muchachas que querían realmente resguardarse de la lluvia y pasar el rato. Les ofrecí mi ayuda y como si les hubiera propuesto un ticket para la zona VIP en las calderas del infierno, me soltaron un no rotundo y directo. No me cansaré nunca de decir que aceptar el no es parte de mi trabajo, pero siempre me quedo dando vueltas. En este caso era necesario porque estas niñas estaban listas para convertir mi cabina en un campo de guerra. No sé si querían cambiar por completo sus armarios, probar cosas nuevas o si el efecto invernadero había provocado un estirón de sus fisionomías y por eso se probaban cuanta ropa mantuvieran el crecimiento bajo control. Lo interesante vino después. Una de las chicas se quedó sentaba en el banco y actuaba como jurado de programa televisivo manteniendo a raya el desparpajo de escotes y mini chores. Definitivamente a aquella fiesta le faltaba solo el alcohol. Entraban y salían eufóricas, buscaban entre ellas el parabién o la carcajada de cada conjunto y además la aprobación de la joven del banco. Al principio habían tomado la ropa mas rara que había para reírse. Mientras conversaban y se alagaban mutuamente, se iba transformando la risa burlona en sonrisa dudosa. El criterio personal se fundía en el criterio del grupo. Desde afuera me horrorizaba. De sonrisa burlona a comentario con enfoque comercial. Sonaban las futuras monedas en mi caja y yo me erizada de pies a cabeza. De enfoque comercial a piropo de pasión seguido de vítores y más alabanzas. No daba crédito. Aquello fue en detrimento, el panorama cambió, de cuatro mujeres con unos trapos imposibles enredados en el cuerpo, a cinco modelos de revista científica, más seguras que Valentina Tereshkova cuando se lanzó al espacio. La Cindy, la Naomi y su grupúsculo de los noventa se verían temblorosas encima de una pasarela a sus lados. Yo recordaba mi uniforme de secundaria y la influencia del regueton en la estética actual, mis referentes eran Cindy Lauper, Madonna, los vestiditos de Roxette, así que me tuve que quedar callada. Pero eso no quedó allí, a la hora de pagar, empezaron las preguntas técnicas; material de  confección, precedencia, requisitos para su cuidado, precio en moneda extranjera. No les hago el cuento largo, solo una se llevó un vestido. Las otras me dieron las gracias por el servicio no dado y la que compró creo que lo hizo por pena. Yo la verdad no me molesté porque conozco el proceso, incluso creo que en estos momentos políticos y de salud pública mundial, lo conocemos todos. Les ilustro. 

Tú, que puedes ser cualquiera, de cualquier género, orientación sexual, política, quieres quedar bien con tu pareja, tu amigo, grupo social, de afiliación ideológica o religiosa. Te encuentras en un momento de intimidad y compenetración con tus pares o par, por ejemplo en la cama. Pero no estas muy claro de la decisión que acabas de tomar, si te tiras pa la calle, te escapas por una ventana, te dejas vacunar, te conviertes en chaman, o bailarina exótica. Por las razones que son tan individuales, como debería ser tu criterio, decides no poner la voz discordante. La otra parte entonces propone, aplica, ejerce su poder también de disímiles maneras y tu repites, gimes, gritas, se dicen palabritas sexis y sin darte cuenta eres una doctora honoris causa en fingir el orgasmos de la supervivencia, los buenos modales y la armonía global, hasta te los crees y cuando vienes a ver, también gozas, predicas, compartes y haces de todo para que el otro sea feliz mientras le vendes el alma al mismísimo Hades. 

¿Ventajas de este momento histórico? No solo las mujeres fingimos orgasmos, todos somos capaces de hacerlo. Por lo tanto creo que es hora de comprensión y de quitarnos las máscaras, aceptar que ripiamos la cuarta pared y que hace tiempo el teatro se fundió con la realidad. No digo que todo sea mentira, sino que descubrir hasta donde estamos haciendo malabares para otros o para nuestro interés es un acto de decencia que debe ser cultivado. El auto conocimiento apoya al criterio. ¿Para que nos sirve? Para no arrepentirnos de comprar vestidos que no nos gustan. Para no inventarnos razones porque tenemos miedo de cambiar radicalmente nuestro estilo y enfrentar las miradas curiosas cuando salgamos a la calle con esa falda que deja al descubierto varices y celulitis. No somos perfectos, ni nuca lo fuimos, así que solo nos queda como alternativa ser honestos. 

Estoy esperando que en cualquier momento entre la clienta por la puerta para devolver el vestido. Espero lo haga a tiempo porque sino tendrá que jugar a enmendar su error incontables veces. Ya me imagino cual será la razón que me dará, siento su voz bajita y llena de vergüenza confesando que en realidad nunca le gustó, como tampoco me gustaban a mi el carnicero con sus manos ensangrentadas, ni aquel beso en un carnaval con aliento a vómito. Pero dije que si, por miedo o por… hace tanto tiempo que ya no recuerdo.