resiliencia - resistencia

 
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Yo la verdad nunca me he fajado en la vida. Fajarse lo que se dice fajarse, moños halados, arañazos en la cara, labios partidos, de eso no tengo nada en mi repertorio. Lo mas cercano a la violencia física lo he vivido desde el palco, que con la debida distancia, porque como aprendí de mi madre de los cobardes no se ha escrito nada. Así deduje que fueron ellos los que escribieron la historia. Pero lo de dar escándalos virtuales y piñaseras inexistentes, dislike y caritas molestas; en eso de los combates teóricos y la preparación para la llegada del enemigo eterno, ahí me echaba a fajar con cualquiera, tenía cinturón negro en la especialidad. 

La vida me dio diez vueltas como en una rueda de casino de escuela de salsa europea, que no te dan tiempo ni a respirar. Setenta, setenta complicado, pal medio, pa abajo, pa arriba, castígala (y tú sin haber hecho nada) castígala doble, exhíbela y vacílala, Bayamo (como si fuera poco), Kentuky (pa que me quieres) y en medio del revuelo no me quedó  mas remedio que enfocarme en la cara del hombre de turno e intentar no vomitar. Me concentré tanto que creí que sería un proyecto bueno y lo di todo. 

A estas alturas del partido yo creo que la gente me ve cara de buzón de quejas y sugerencias, viene una a pedirme una blusa y termina hablándome de los remedios para los senos caídos. Otra me mira y dice „tu sabes, a nuestra edad eso no se usa“ ¿pero de donde me conoces tú a mí? A mi edad y con las rayas de esta tigre, yo me pongo todo como y cuando decido. „De dónde tú eres, es que con ese acento“ y yo respondo „tibetana de cuarta generación, ¿no se me nota?“ Es que las distancias en una tienda no se pueden controlar con un par de leyes antivirales. Las mujeres necesitamos saber que no estamos solas y yo tengo las puertas de mi corazón más abiertas que una iglesia en semana santa. Hoy una me contó de que ya no puede más con la situación de su casa y que no quiere regresar a su país de origen. Eso de retornar, es un trauma que llevamos todos. Retroceder a un estado civil, social, económico está visto como una forma de fracaso, debilidad, poco temple, nada mas alejado de la realidad.

Yo también vine a otras tierras donde no conocía ni al perro del hortelano, con otra lengua que a pesar de ser trágicamente relacionada con poder y destrucción, yo insistía que aquello sonaba a amor. Las tareas que me asignaba EL, eran humanamente imposibles y no hablo de la zafra de los 10 millones, pero si de organizar una mudanza sin yo saber ni las coordenadas de donde ya vivíamos. Tomaba el reto entusiasmada, mientras perdía el tiempo de aprender el idioma y buscarme un trabajo acorde a mis capacidades. Después vinieron las pequeñas críticas-constructivas, no dominas las elementales tareas de una casa, no tienes tetas, te deberías poner ropa más sexy y el calendario se deshojaba, mis rodillas se oxidaban y yo seguía jugando a hacerme feliz. Sin tocarme un pelo me hizo creer que debía agradecerle mi existencia, dudaba de mi inteligencia, de mi tenacidad para lograr cosas, en fin, me desarmó.

Esta muchacha en la tienda me recordaba aquella época. Cuando le conté algo de mi historia me llenaba de halagos por la valentía. Pero no es verdad, no salí de aquel infierno por valor, salí por miedo. Lo primero que me sucedió fue que mi secreto ya lo habían presenciado gente que conocía y que me dijeron „vete con nosotras a nuestra casa, escapa“. Esas palabras tumbaron el telón de mi circo. La gente de afuera veía un peligro que yo subestimaba, entonces la sangre mambisa corrió y pensé que mas peligrosa que yo no había nadie en aquella casa, me equivocaba, el tenía el poderío económico, la credibilidad social, el modo bonito de hacer pública su versión de los hechos. 

Visualizar fue el primer paso, verlo yo y abrir la boca. La miraba con cara de poseída, mientras se probaba un pantalón. „Mañana mismo buscas un trabajo porque tú vas a salir de esa casa no para una cañería, sino para comerte al mundo por una pata y eso se hace en tacones“ La muchacha se reía. Lo segundo fue darme cuenta que porque gritaba y reclamaba no era más fuerte, empuñaba simplemente el arma de doble filo del orgullo. Aceptar que no podemos mas no es un acto de cobardía, es un acto de supervivencia, y eso lo deberíamos aprender de nuestros padres, de nuestros pueblos. Ponerle nombre a lo que nombre lleva, en mi caso yo era la víctima, él un victimario. Después tienes que aguantar que la gente te cuestione porque no lo dejaste y te fuiste. Porque él decidía que yo comía y vestía. Dependía de él para todo, además estaba entrenada para trabajar sobre los errores una y mil veces, dar cuartas y quintas oportunidades para que algo salga bien, disculpar lo imperdonable, aceptar pequeñas lisonjas después del maltrato. Pero este antihéroe en su afán de hacer historia subió la parada, me tomó por el cuello y me dijo que en esa posición podría matarme, pero que no lo haría porque yo era bella. No me pareció razón de peso y recordé la anécdota de Hitler y el barbero. Si aquella idea apareció en su cabeza era suficiente para que yo lo tomara como una advertencia. 

„Bueno buscaré trabajo en lo que sea“ „No mi niña en lo que sea no, en lo que te guste y en lo que seas buena. Tú tienes el valor que tú te creas, no el que te hace sentir uno que te trae, te pone y lleva como una corbata“ 

Tanto pesa la palabra víctima que terminas funcionando así, desde el piso de abajo. Está en nuestras manos encaramarnos en el elevador y convertirnos en sobrevivientes, gente que se alegra de estar aquí y ahora, así de vivas, así de viejas, así de expertas. Moviendo puentes, rompiendo campos, dando amor, ganando.