Lucir Lucias

 
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Hoy amanecí con Raquel Revuelta montada, pero en clave de son. „Dame una gardenia mamá, dame una Gardenia.“ Lo que pasa es que ni yo estoy en la época de la colonia, ni soy tan profunda como Lucia, eso si, loca como ella, por lo que mi tumbao dice, „Dame un vestido rojo, papá , dame un vestido rojo.“

Yo quiero un vestido como el que tuve un día, de licra, que se ajustaba lo mismo a mi cuerpo de gacela que al cuerpo de Orlandito bailador de la Bollera. Quiero un vestido que me deje fluctuar entre mis pasiones más bajas por el congris con chicharrones y la sensibilidad de mis curvas en las blancas tardes europeas. Que me acompañe al bembé que siempre tiene lugar en mis sueños y se tire pal suelo conmigo, que se meta en callejones y me deje ser presa de los labios de un mulato sin nombre ni patria, que le de un estirón por un lado y no haya diablo que imagine los secretos que escondemos.  

En aquellos tiempos el ir y venir de hormonas y testosteronas alterados por las aguas salinas ahorraban un montón de gestiones para amar y ser amado. Hoy en día enfundada en la modernidad, llena de marcas comerciales y de la vida, manipulada hasta el cansancio por los medios y el dios Chrono, se me ha complicado la cosa. Primero el baile eterno entre la oferta y la demanda, que no hay quien le coja el ritmo. Segundo todas las ropas tienen tallas y esto condiciona más de lo que debería; que si tienes la cuarenta y cuatro no puede ser corta, que si eres la treinta y dos no puede ser del otro modo, que si hoy se usa con vuelos que mañana con flecos. Todos deberíamos conservar un vestido rojo como el mío, en el cerebro. No tenía tallas porque la etiqueta seguramente la habría perdido en alguna parada aduanal de su itinerario desde China, Turquía, Senegal, Islas Caimán o Panamá hasta llegar a la Habana. Como seguramente el comerciante no podía invertir mucho en la diversidad dio con esta maravilla de espalda afuera, rojo como el sol del Oriente que le sirve a todo el mundo. Si eres flaca te lo pones para ir al teatro y bajas de las puntas hasta a la Valdés, se lo pone una rellenita y Cupido pierde el trabajo por falta de materia prima, porque no le alcanzan las flechas para tantos corazones rotos. ¿El modelo? Uno de esos de toda la vida, porque la espalda afuera la hemos querido llevar todas algún día y „apretado“ es la palabra clave para encontrar el punto medio entre detractores y simpatizantes, éxito seguro, como Apple. A eso es a lo que yo llamo un vestido todoterreno, que sea como diría el apóstol, artes en las artes y en los montes? Gonzancia. Su color además de llamar la atención no deja espacio para segundas lecturas, pa afuera el malentendido, viva el sintagma nominal. Una vez mi hermana me dijo que el arcoíris de por aquí no era igual que el arcoíris de por allá, y tenía razón. Aquí, azul bebé, blanco cáscara de huevo, morado uva fermentada. Allá, rojo, verde, amarillo.  

Pero volviendo al punto de mi locura. Hoy los termómetros dicen que tenemos menos diez grados, lo que me parece una exageración. La tarde está gris, seguimos confinados y yo insisto en que las circunstancias no me van a ganar. Toda la vida escuchando que al mal tiempo buena cara, dándole brillo a las noches mas apagadas, convirtiendo el balcón de mi casa en un auténtico karaoke analógico y ¿tú crees que dos metros de nieve, temperaturas bajo cero, monedero desnutrido e imágenes Kafkianas a través de mi ventana me van rallar el pasaporte? No señor, yo me enfundo hoy en un vestido rojo, me suelto las cuatro greñas, pongo fuego en la chimenea porque no quiero morir cianótica y que salga el sol por donde salga. Porque no te das cuenta y como un comején le empiezas a encontrar sentido a estar todo el día en pijamas mientras tu cuerpo va tomando forma de almohadón. El almohadón ya ha tomado la forma de tu cara y tu risa. Tu risa se esfuma entre las plumas de la almohada. 

Mi padre decía siempre que la cerveza fría se la toma cualquiera pero la caliente… Para eso si había que ser guapo de verdad y yo que estuve entrenada por los mejores, veo un reto en cualquier buche. 

Mira que las mujeres nos maltratamos la parte sensual y nos sacamos una razón debajo de la manga para no quitarnos los trapos, enseñar estrías e historias, cicatrices y matices. Decirle a un hombre que lo quieres para entrenar tu lado mas lúdico, que tus intenciones son puramente musicales porque quieres verlo escribir en el pergamino de tu vientre las notas del Bolero de Ravel, con la misma hambre que tenía Maurice de Ida Rubinstein, son cosas fáciles en medio de una noche tropical con las siluetas marcadas, las cervezas chorreando y brillando en sudores. Pero en el viejo continente entre cuatro montañas con la niebla que te da al pecho, ahí si tienes que hacerle una misa espiritual a Bizet y creerte que el libreto de Carmen fue inspirada en ti, pero sin la escena de la muerte. Recordar que la primera vez que viste la pasión en su estado mas puro, fue en el pasillo de tu cuadra, mientras volaban trapos por la ventana de un segundo piso y Teresita la farmacéutica gritaba medio desnuda desde abajo „ Angelitoooo, tu cuerpo es miooooo“ y hacer con toda esa información un ajiaco, darle un boca a boca a la superviviente que eres y montarte un sol artificial como los chinos, eso es arte. Ahora me entiendes querido Humberto porque he despertado con tus Lucias y las mías. Porque soy mujer, latinoamericana y no habrá nunca incidencia que no convierta en una oportunidad.