abril
Si nunca has experimentado la impotencia, muy probablemente no comprenderás ni la mitad de lo que hablaré hoy en este texto. Solo las personas que conocen la emoción de una palabra sorda, el grito silencioso en dirección al océano, el llanto escondido entre bambalinas para acallar un dolor que no tiene curas, la rebelión de un grupo minoritario contra le gran Goliat, la rabia de comprar un aguacate en Europa y al abrirlo que esté podrido y no tener a quien reclamarle, entenderá que sentí yo hoy cuando vi entrar con los ojos semi cerrados, el cuerpo híper delgado y tembloroso, a una clienta de hace unos meses, pero que no consigo olvidar.
Retornaré en el tiempo.
Era navidad, el sol caía sobre las cinco de la tarde mas o menos y por ser un día frio, la ciudad se resguardaba muy temprano. Solo quedábamos un par de locales abiertos cuando entró esta delgada mujer, muy probablemente de la región balcánica en compañía de un hombre rico y remacho de otra etnología, pero europeo. Nosotras éramos tres las vendedoras a esas horas, fuimos a su encuentro a saludarlos. El hombre contestó, ella asintió discretamente. La situación era muy rara, desde finales de los años setenta Suiza lucha por los derechos de la mujeres y la emancipación es el pan nuestro de cada día. Suponiendo una barrera lingüística decidimos se encargaría del piso donde se encontraban estos clientes, una de las vendedoras que domina casi tres lenguas de esa región. La pareja nos tuvo ocupadas hasta pasadas las siete de la tarde, hora de cierre del negocio: Al llegar a la caja traían una compra que superaba los cuatrocientos francos, por lo que guiñamos un ojo, nos despedimos y al cerrar la puerta supimos que el hombre no era su novio, mas bien parecía un jurado que decidía que ropa podría usar y cual no. La muchacha salió dos veces de la cabina y ambas desnuda, pero no un poquito, no, como la trajeron al mundo, mientras asombraba con su desfachatez a toda la nómina y barrios adyacentes. Se pavoneaba con la tota al aire delante de la ventana de cristal gigante que daba a la calle principal, desmontando la mandíbula de mi compañera, que probablemente ni ella misma se había visto desnuda nunca.
¿Cómo olvidar un caso así?
Seis meses después, un período de insolación en dos etapas y la casi integración de la mascarilla a nuestra vida cotidiana, entró la muchacha de nuevo a la tienda. Esta vez parecía un zombi con tembleque. Yo soy muy buena fisonomista, modestia aparte, así que cuando fui hacia ella con la alegría de un reencuentro noté su mal estado y sus dos ojeras grises inmensas. Parecía más alguien que estaba siendo sujeto de las perfidias de una secta que la víctima del frio de quien salió de casa sin controlar el parte meteorológico. Su acompañante de antaño apareció como salido de la nada. Conversaba con alguien por teléfono. Una voz más cargada de testosterona que la suya salía com una bola de candela del iPhone 3 que llevaba en mano. Dieron un giro a la tienda, como para despistar un secuestro, desmontar la imagen de la mujer drogada que escapa de manos de un sicario. En menos de dos minutos aquel tipejo se la llevó arrastrando por la cintura y desaparecieron. Que rabia, que impotencia, que formas aquellas de presentar su poderío, impune porque la ignorancia nos sacudía. Luego pensé que aquella chica era cosificada de la más vulgar de las formas y como un flechazo vino a mi la imagen de la critica de la sociedad de la cosificación en el sexo, pero eso si, de las mujeres.
Los hombres pueden irse de prostitutas y usar el cuerpo de una mujer a su antojo, como un producto que complace y satisface necesidades sexuales. Ellos vitorean sus hazañas con mujeres de la mala vida, las denigran y luego viene el resto de la sociedad y les da la última estocada, sentenciando sus vidas y las de sus proles. Tanto es así que no hay mayor ofensa que decirle a alguien „hijo de puta“. Pero que pasa cuando nosotras las mujeres buscamos un producto para satisfacer nuestras necesidades sexuales. Lo primero es que detrás de estos diseños no hay mujeres, en su mayoría. Como nosotras tenemos muy claro que no queremos sustituir a nadie, pues le ponen colores imposibles, violeta o rosado Neon como si los fuéramos a perderlos en la gavetas de las horquillas y los fulares. Luego las prestaciones son totalmente irrepetibles por la anatomía humana. Si yo dijese en un grupo de amigos, que no recomiendas el nestorm a mujeres que tengan hijos pequeños porque hace un ruido sospechoso, la mitad de tus colegas reirán, dirán que eres loca o que tu matrimonio no funciona. Que suerte tienen también en ese aspecto los hombres. Pueden alquilar vaginas que vienen con cuerpo, cerebro y todo, las reducen conceptualmente de mujer a orificio, y luego se van de copas con los amigos y se la dan de gran varón y con un largo camino recorrido.
¿Entienden lo de la impotencia? yo sigo con el cartel de loca, pero confío en que un día podré hablar de mis aparatos sexuales, porque eso de juguete disminuye en creces su aplicación, y dar un criterio serio como mismo hago cuando aconsejo apple si quieres tener todos los dispositivos en casa conectados.
Yo no sé como ayudar a las mujeres de mi generación o mas jóvenes a normalizar el cuerpo y el sexo. Yo solo hablo de experiencias personales, del tocamiento y las colecciones del silicona pero insisto que no hagamos lo que ellos hacen con nosotros. Cuando digo ellos no digo de nuestras amados y carismáticos amantes, jugadores de artes antiguas como la comunicación entre cuatro paredes y el beso tántrico. Hablo de los patriarcales, capitalistas, primitivos machos cabrios. Que ven en nuestros cuerpo un centro de explotación y producción, nada de alma solo plusvalía.
Y de la chica, planeo investigar cuales son mis deberes y que puedo hacer cuando vea en acción a alguien usando a otra persona de pisa papel, porque eso es la vida, estar allí, donde puedes, y dar lo mejor de ti.