el hábito lo hago yo

 
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Ya estamos en primavera. Con las nuevas medidas, se abren las terrazas y todos tienen ganas de tomar los primeros rayos de sol y traer un poco de normalidad a la vida cotidiana, mientras yo vendo. Vendo vestidos de viscosa, blusas de hilo, pantalones de algodón, chores de mezclilla, faldas de poliéster, un sinfín de piezas que se reinventan, dando la impresión de que siempre falta algo en tu ajuar. El entra y sale de gente buscando la combinación del momento trae una energía a la tienda que yo adoro. 

Muy pocos son los hombres que se atreven, con el mentón erguido, a pedir ayuda para sí o su acompañante. Muchos temen ser juzgados y otros dicen que eso es cosas de faldas. Siempre insisto, la ignorancia nos matará más rápido que cualquier virus. ¿Qué es eso de las faldas? ¿Sabrán los duchos en segregar que las faldas, los tacones y las sedas en sus orígenes eran piezas de hombres? ¿Y que además eran super poderosos y dirigían el mundo? Porque las primeras minis las usaron los mas machos, desde Tutankamón, el emperador Constantino hasta Pakal „el grande“.

El otro día estaba un muchacho rebuscando en una percha y cuando fui a proponerle mi ayuda, enseguida me aclaró que no era para él, se defendía como gato boca arriba diciendo que solo quería llevarle algo a su novia. En un primer momento no entendí su susto, incluso pensé que robaba, hasta que comprendí que asumía un juicio de mi parte que nunca tendría lugar. Cuando llegaron a la caja, él y su compañera, retomé el tema y le dije que estaba claro que no me conocía, que yo estaba allí para vender ropas no para decirle a nadie que debía ponerse o no. Yo no hago distinción entre sexos y como mismo nosotras las mujeres nos habíamos robado del armario de los hombres, a través de la historia, faldas, leggins y túnicas, pues consideraba que era totalmente legítimo que los hombres las usaran a su antojo, porque además se veían muy sexys con ellas. Definitivamente mucha información para aquellos dos que parecían sacados de un tanque de manteca de puerco. Mis palabras le resbalaban y no era muy claro si sentían vergüenza por ellos o por mi. Recordé en los años noventa cuando Sidney O Connor nos motivó a cortar las melenas y quedar calvas como bolas de bombín. Era una diosa flaca vestida con pantalones rotos y botas gigantes. En la Habana no había negocio para adquirir nada de eso, así que yo me despachaba en el escaparate de mi padre. Le tenía los nervios rotos por un par de botas de bombero y luego de convencerlo para que fuera a preguntar a un amigo, al decirle la talla de pie que necesitaba, el tipo en forma de burla, le dijo que hasta entonces no permitían la admisión de enanos en las fuerzas del orden, por eso solo tenían zapatos a partir del cuarenta. Estas son la santas horas que no me recupero de mi primera estocada polarizadora y divisionista. En las últimas décadas hemos normalizado tanto el estilo masculino y lo hemos presentado de modo tan atractivo que nadie pregunta tu orientación sexual si te vistieras de hombre. Por supuesto influye mucho que en la fantasía porno colectiva occidental, hay casi siempre un juego de roles de un par de chicas lesbianas que luego caen rendidas ante el desafiante y magnifico falo de un Adán. Pero los hombres no la tienen tan fácil. Por eso yo exijo a mis compañeras de trabajo total respeto por todo aquel que decida entrar a nuestra tienda y comprarse lo que le pegue en ganas.

También una vez llegó una muchacha que necesitaba un vestuario para unas fotos. Debía tener un estilo de oficina que no fuera así, que fuera asao, que no tuviera esto, que tuviera lo otro. Di tres vueltas en el negocio y le traje cuatro propuestas. No compró ninguna, el primero era muy masculino, el otro que era muy ancho, luego que con veinticinco grados sudaría, y el último para rematar, le hacía parecer mayor. El día que entendamos que la moda es un idioma y que censurar colores y formas es como censurar palabras o temas, disfrutaremos mucho más a la hora de elegir. Por el momento decidir que ponerse va más ligado al mimetismo y a la necesidad de pertenecer a un grupo, que a la auténtica exposición de tu personalidad o emoción. La frase de orden es „me van a mirar raro por la calle“, yo tengo una solución para eso, mirarse primero dentro, conocerse, saber quien eres. Recuerdo una mañana que estaba en una gasolinera con una chaqueta de brillos y parches, imitación de piel de vaca o de jicotea, unas gafas enormes, un pantalón campana. Un señor vino, me dijo que yo era muy lanzada y que me veía muy bien. Le sonreí y le dije, que no podía haber encontrado una palabra más adapta. Yo era mujer, divorciada, cuarentona y ademas emigrante. Había recibido una buena opción de trabajo y estaba muy orgullosa de mi camino lleno de sinsabores y aventuras. La palabra lanzada seguramente estaba hecha para mi. Yo llevo siempre colores y muchos, porque soy mezcla de indio, judío, congo y carabali. No me puedo esconder de mi misma, que al final soy la que mejor me conoce y la que cuando estoy sola me acompaña. Si de alguien temiera fuera de mi critica mirada, pero ella me comprende y comparte mis angustias. Así que no tiene sentido disimularle al mundo la persona que amasé tantos inviernos.

En estos tiempos en que nuestra libertad continua tan limitada y no obstante es nada comparada con otras realidades, me enfundaré como Maria Felix, en pantalones de sastre porque coincido en que son mas cómodos y elegantes. Me conectaré con el dandi inglés de mi genética, sencillo y certero. Desalojaré, al menos mientras no bajen el telón, a la diva rococó envuelta en mantones que dirige mis pasiones. Así que tú, no permitas que desaparezcan de tu vocabulario atuendos o manjares solo porque una parte de la sociedad te quiere transparente, diles que existes, piensas y donde no dejen oír tus voces, has vibrar tu presencia con colores y texturas, porque eres mas que una ideología, mas que una apariencia, mas que la locura.