“que se oiga alto y claro”

 
foto: Simon Tribelhorn

foto: Simon Tribelhorn

 
 

Era una rubia de un metro ochenta, despampanante. De esas que diez generaciones atrás, fueron rubios despampanantes, hechos con machos alfa, alimentados con leche de búfalo, de ojos rubios, pestañas rubias, hasta la lengua rubia, la cuñada ideal de Ligia Elena, la de Ruben Blades. Como si estuviera a punto de darme una noticia terrible, se acercó y me preguntó si yo tenía la talla M de un camiseta azul. Después de controlar en los percheros y en la computadora pues le tuve que decir que no, pero que tenía ese mismo modelo en rojo, un rojo tan despampanante como ella. Una carcajada le quitó el halo elegante, era una carcajada chusma, liberadora, escandalosa de esas que salen del estómago y sin transiciones me miró seria y me dijo que ni borracha se pondría una cosa así. Que la verían a quilómetros y ella intentaba siempre pasar desapercibida. Que eso era para mujeres de temperamento como yo y enseguida me preguntó la nacionalidad. Cuando orgullosa le dije que provenía de la mayor de las Antillas, me siguió insistiendo que esos colores eran para mujeres de tales latitudes, las que andan vestidas ajustadas y seguras de comerse el mundo. En ese punto la intente parar, porque iba cuesta abajo y sin rumbos. „Niña que yo también tuve una face negra, y me ponía las camisas de mi padre. Que yo también quise ser transparente.“ Pues ella seguía, que las latinas lo tenemos todo bajo la manga, que sabemos hasta el día que nos vamos a morir. Yo no salía de mi asombro, con que convicción esa mujer preciosa, se quitaba méritos para ponerlos a miles de quilómetros de distancia. Yo no quería ser dura y con tono condescendiente le quitaba razones, pero ella en sus trece. Que ese tipo de ropa era una pena venderlas por estos lares, porque la inseguridad era parte de la cultura y entonces ahí se me salió el Martín Luther King que vive en mí y le di un discurso catártico.

Pero que me hablas tú de inseguridades. Que te podría decir yo, que mi primera vez en el camino de la inseguridad, le di la mano a la mejor de sus aliadas, la  invisibilidad. A la temprana edad de trece años mi primer amor me pidió que no se lo contara a nadie. Mientras yo escuchaba en la escuela el cuchicheo y veía caer como moscas a su paso a mas de la mitad de mi generación, pero yo no podía decir nada. Él era el lindo, yo era la loca que creía que era su novia, pero nunca dije nada. Así que él hacia lo que quería y yo disciplinada bailaba un zapateo encima de mi autoestima.

Más tarde, estudie danza. Decían entonces que los bailarines saben mover el cuerpo pero no eran muy dados al intelecto, así que yo, contra corrientes, quería estudiar critica de la danza, pero no debía decir nada. Porque mi plan de estudio era un disparatado ir y venir de cursos privados con intelectuales del teatro y de la estética. Ellos eran los inteligentes, yo la bailarina coja que sabía leer, así que terminé la escuela, no bailé, pero tampoco podía trabajar como intelectual porque había sido buena y no dije nada, por lo tanto que no existía.Y todo esto allí, en el caribe, donde se come temperamento con cucharas y los vestidos no cubren nada. Te parece suficiente? pues no, te cuento más. Años más tarde tuve una relación abusiva, pero como la agresión psicológica no deja marcas, tampoco dije nada. Y el infierno fue tortuoso, pero yo estaba entrenada para no decir nada.

Por suerte el tiempo pasó, llegaron los cuarenta y cuando mire atrás, aquel primer amor compartía sus días con una mujer que no fue la que soñó, y con ella se tiene que pasear por las calles a pesar de su vergüenza, porque es ella quien toma las decisiones. En cambio yo disfruto del amor. No ejerzo lo que estudié, y hoy mi inteligencia no es medidas con certificaciones, del abusador? Vive en un hospital psiquiátrico. Entonces te das cuenta que nada importa tanto y decides que vas a decirlo todo, alto y claro, no importa si eso lo haces en Latinoamérica o en Europa. Hoy camino por las calle y quiero que me vean, porque solo así no me arrollan.

En un respiro la muchacha me interrumpió, y me habló del prototipo de la rubia, el rojo, pero no la dejé ni desarrollar el reclamo.

Si tu problema es que la gente piense que eres una rubia tonta que viste de rojo, cuéntale de Charon Stone, de la directora general de Yahoo, de Angela Merkel y si te faltan nombres, regresa, que tengo más. En ese momento me di cuenta que se me había ido la mano con la catarsis y para suavizar el tema, concluí diciendo. „El día que veas a alguien que como yo se pone ropas con lentejuelas y escotes hasta el ombligo, que se engancha unos drelos hasta la cintura, o un tatuaje en medio de la cara, piensa que esa persona no solo quiere ser vista, es su modo de estar presente. Quienes se esconde, le dan la posibilidades a los abusadores de abusar de ellos.“ El discurso en aquel punto se me volvió a poner serio. Parecía una loca que tenía un chaman montado, una tiradora de cartas encima de una tapa caliente. La velocidad de mis palabras fueron bajando como el volumen, porque la idea no era asustar a la clienta. Ella compró la camiseta roja y me prometio que hasta el escote del ombligo no paraba. Fue cuando me di cuenta lo cerca que me tocaba el tema. Cuántas veces no hemos escuchado, como elogio, „él es gay pero no se le nota“, „parece que tienen problemas pero hacen muy linda pareja“, al diablo con las buenas maneras. Intentemos ser sinceros y respetuosos ante todo, con nosotros mismos.

 
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