pintaré el alma
Cuando cumplí cuarenta años me quería regalar un tatuaje, no uno cualquiera, sino un primer tatuaje que resumiera una vida de admiración por este arte. A los cuarenta años no es fácil ser virgen de algo que te encanta y yo lo soy, aún, de la tinta en este cuerpo. No quería un garabato, ni una figurita de moda, ni un signo de nada, yo quería en especie de jeroglífico egipcio, algo que, sin dolor ni complicadera, resumiera mi amor por la vida, la familia, la especie humana y las caídas del sol en el oriente. Recuerdo que llamé a la Habana para hablar con un experto porque esto no podía caer en manos novicias. Yo lo tenía todo bajo control, el artista, la fecha, el concepto, entonces vinieron los preguntas. En un principio pensé que un tatuaje era algo como mas íntimo y que el donde, cuando y por que, podían estar reducidos a un par de oraciones en el subconsciente. Pues no. Que si tenía que tener un significado, que si la tipología y la tipografía, que si influenciaría en mi vida social o profesional. No les cuento lo complicado que todo aquello me parecía. Cuando al final logramos definir en que lugar sería la acción, pues mi idea era solo posible en una zona del cuerpo que tuviera mas o menos cuarenta metros cuadrados, porque yo quería un „cuéntame tu vida“, la Maud Wagner, al lado de como yo terminaría, se vería como una principiante. Pero como quien tiene artistas entre los amigos tiene un central, logré que mi queridísimo David, le ganara al Goliat de mi locura y me produjera un diseño al que le faltaban solo un par de detalles, pero la vida quiso que el se fuera a tatuar allá donde los ángeles tocan las arpas y mi proyecto se quedó detenido.
Han pasado cuatro años, sigo virgen de colores, mi mundo sigue extrañando a David. Cada vez me es mas difícil definir que podría yo querer ponerme para siempre, o al menos un largo período, y en que manos descansar mi cordura para que tomen mi cuerpo como lienzo. Creo que los tatuajes como el vestuario son tickets de entrada en este u otro grupo y yo particularmente he sido muy ecléctica en cuanto a estilos y doctrinas, mis amigos están en todos lados y partidos y eso de poner blanco o negro en mis polos, nunca ha sido mi fuerte.
Hace unas primaveras llevar el cuerpo pintado no era bien visto, al menos en mi familia. Con la entrada de la información y los precios altísimos de los tatuajes, fue adquiriendo la connotación de una joya y actualmente, se tatúan mas mujeres que hombres alrededor del mundo. No sé si como acto de rebeldía, de empoderamiento de un cuerpo que finalmente nos pertenece o simplemente como expresión artística que nos fue vedada durante siglos. Eso si, no es lo mismo un delfín que un dibujo tribal o un paisaje con claros y oscuros. Todos los diseños hablan por nosotros, y es en este punto donde se me confunden los mundos de la moda textil con el body painting.
Hoy inicia oficialmente el otoño. De faldas y blusita corta en los negocios, va quedando poco y por la puerta ancha van entrando los pulover, bufandas y abrigos, pesados como la conciencia de un verdugo de la edad media. Comienza el juego. No hay una clienta que no vaya a la etiqueta como abeja al panal. Al principio me preguntaba que querían ver, con el tiempo también hago lo mismo. Sesenta y cinco porciento de poliester, treinta y cinco de acrílico y una pizca de elastan. Un poquito de viscosa de fibra de bambú, con tres tazas de propileno de no sé que cosa. Las puedes ver con caras de tener la hernia del duodeno en su punto. Se quitan los espejuelos y te dice „ que pena pero no es de lana del monte helénico, es que yo este material no lo puedo usar, me hace una alergia“ Señora con el precio que usted va a pagar no nos alcanzaría ni para bajar a la cabra del monte helénico al pueblo mas vecino, y de las alergias que le puedo contar yo como se me ponen a mi las manos del polvero que producen los trapos. Claro no es lo mismo pasearse por las alamedas con cachemir que con acrílico, pero como dice mi madre para que le mundo sea mundo tiene que haber de todo.
Hoy me di un giro por la ciudad y me acordé muchísimo de mi proyecto de tatuaje. Andaba por Zurich, por una zonas que huelen a desarrollo y por lugares que siempre huelen a curry. Me imagino que todas las ciudades cosmopolitas huelan igual. Y entonces pude notar como tanta lleva tatuado niveles de vida, círculos sociales, poderes económicos y como jugamos a colarnos en un mundo o en otro trasvistiéndonos. Yo creo que la mitad de la gente no sabe lo que tiene escrito su etiqueta o lo que significa el dibujo que llevan en la pierna izquierda. Sin querer somos todos viejos rehenes de los indios Yavapais, que le tatuaban el rostro a sus esclavas para que no olvidaran su historia. Unos con ropas caras, sin saber si tan siquiera el origen de sus valores, otros con simbología que con el sincretismo han perdido todas significado, pero en fin, todos marcados.
Yo creo que seguiré con la corriente del eclectisismo barroco como siempre. Un poco de todo con mucho de nada, seguiré bailando con los Van Van en las mañanas y cenando con los conciertos de Vivaldi, combinando los documentales de ciencia con las películas de Jacky Chang y el tatuaje tendrá que esperar porque mi idea aun se sigue desarrollando. Eso si, creo que si tuviera que definirme e integrar un grupo, sería de los que votan por la vida, los espejuelos rosas, la belleza descodificada y los besos gratis, los que aman sin mañana y los que viven cada día como la primera vez.