ojos que ven

 
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A mí que me de un golpe de aire frio, un rabo de nube, un que se yo que se cuando, cada vez que escucho que los hombres y las mujeres somos tan diversos. Eso lo dice seguro un filósofo que muere de envidia por no haber sacado ningún libro de aquella tarde, en que estuvo castigado vigilando a las hormigas de su patio en diciembre, o un sociólogo de esos que apestan a polilla pero que no hablan con nadie, ni aun tropiecen contra el muro de los lamentos. Lo dirá posiblemente un psicólogo de Manhattan, primo hermano de algún magnate patriarcal y capitalista o quizás un obstetra… que se yo. Pero pregúntale a una vendedora con mas de dos divorcios y una lista de novios responsable, si no somos lo mismo hombres que mujeres, todos tan coquetos, sensibles, necesitados de afectos, capaz de quien sabe que cosa por el poder y el control. La diferencia mayor está en el campo de juego. Solo aviso, no hay que ser ducho en los deportes para entenderme, pero si son necesarias un par de horas cama y muy poca seriedad, pues la apología tendrá que ver con dos cuadriláteros importantes, uno el terreno de beisbol y el otro, el lecho. 

Ya han pasado mas de seis semanas, los negocios están llenos y como no hay mas lugar donde pasar el rato o socializar, yo tengo el universo entero metido en la tienda. Eso de irse de compras era hasta hace un tiempo, cosa de amigas; ahora es un evento de familia, un paseo romántico, la única oportunidad de normalizar esta vida loca. 

El campo de beisbol es el terreno de ellos, como mismo lo es la cama, donde pueden hacer y deshacer y siempre será socialmente correcto o habrá alguien que les encuentre una explicación odontológica o histórica, para que ejerciten el poder hasta la saciedad. El beisbol como deporte masculino pone toda su atención en el pitcher, un tipo que es capaz de clavar su lanzamiento por el centro a ciento cuarenta kilómetros por horas, levantar de sus asientos a mas de diez mil personas mientras escupe al suelo, se amasa los genitales y hace señas secretas que mas parecen cosa de niños, que un negocio que mueve tantos millones de dólares mundialmente. 

El centro comercial en cambio, la interacción con el mundo de la estética y la charla sin compromiso, es el nuestro. No lo digo yo, lo dicen ellos. Ya sé que crearán que es un pensamiento conservador y exagerado, pues les cuento que la vida real es peor que lo que los tratados sobre el feminismo declaran. 

Los hombres entran a las tienda y a cada paso van perdiendo la altanería y pasándola como una bola escondida a su esposa, novia, hija o bisabuela. Ellas ganan en centímetros de la columna vertebral lo que ellos pierden en las rótulas. Igualito que cuando una mujer entra a un estadio y enciende automáticamente las alarmas por temor a los depredadores históricos y reales, los hombres tiemblan porque también se ven pagando con tarjetas y sopesando valores desconocidos, arquetipos antiquísimos sobre el poder económico y la decisión de los géneros, temas que la mitad de ellos tampoco entiende pero siguen por pura inercia. Saben que su palabra, en ese contexto, llegará más profunda de lo que podría hacer jamás su pene. Hablar del cuerpo no es juego de cuatro esquinas, es cosa de grandes ligas.  

La fémina ha recorrido las cuatro bases dentro de la tienda, ha usado a su compañero como carga bates, manipulado sus buenas intenciones, llevado allí donde es dócil y frágil. Cuando ella sale de la cabina es como un cuarto bate en el home, lista para decidir el campeonato. Pero no todas somos así. Para que el mundo sea mundo tiene que haber de todo, como diría mi madre. Yo veo ese juego tan diverso como el sexo, por ejemplo: está el macho alfa que te lanza a su cama y te pregunta al oido después de haberte ignorado todo el rato, si te ha gustado. Así mismo sale la mujerona alfa enfundada en unos pantalones apretadísimos, que le tumban el maxilar a un ciego y le pregunta a su acompañante babeando lascivia, si le gusta el resultado o si es necesario poner una talla mas ajustada para controlar la locura de sus labios inferiores. La verdad - la verdad a ella le importa poco su criterio porque su premio es la vergüenza ajena. Por otro lado está la que le pide a su acompañante que recorra media tienda para traerle esta o aquella pieza que necesita imperiosamente. Ves al tipo sudando como en un gimnasio, haciendo mas quilómetros que en un maratón pero no quiere ayuda de las vendedoras, porque él tiene que ser capaz de satisfacer todos sus pedidos, aunque al final ella decida que mejor regresa otro día. Hoy suspende el juego por lluvia. Así mismo es en un mundo paralelo, el caballero que pide a su amada un listado de acciones sin fin, besos en el cuello, sexo oral en la postura del águila, pedicura, masaje tántrico en el periscopio y luego pregunta „¿gozaste?“. „¿cómo?" La pobre no había tenido tiempo de pensar en ella con tan enjambrado plan de trabajo. No falta nunca el que se sienta en la entrada de la tienda hundido entre los hombros y el celular y la mujer puede saltar, gritar o desnucarse que él no se entera. Pues lamentablemente en la sexualidad hay montón de esos, que no sabes si es mejor hacerlo sola, porque para el caso desde el inicio ya estabas mal acompañada.

Yo disfruto del circo lo que no tienen idea y me imagino, en el calabur que tengo siempre en la cabeza, como las relaciones cabineras se traducen en las relaciones sexuales de mis clientes y que similares nos hacen, es muy divertido, porque además por suerte, hay mas relaciones saludables de las que los tratados feministas declaran.

Por si las moscas ya que estamos en tiempos de pandemia, no estaría mal releer nuestras acciones y reorganizar cosas. Yo creo que voy a mejorar eso de seguir yendo de compras sola, no obstante conozca bien los caminos que me conducen al éxtasis estético, pero eso sí, si me acompañara alguien no lo quiero ni ausente ni prepotente, simplemente alguien que me mire a los ojos, hable y juegue.