Ojos cielo

 
foto: Simon Tribelhorn

foto: Simon Tribelhorn

No recuerdo su nombre, porque tantas veces no recuerdo ni mi nombre. Era una mujer de unos veintiséis años, con unos cuarenta o cincuenta kilos de mas y cuando digo esto, era porque caminaba como si los trajera a cuestas. Su cabello me recordaba a un campo de maíz, aunque era muy poco. El azul casi transparente de sus ojos me daban la impresión de tener delante una figura de cerámica o un ángel. 

La saludé y me propuse ayudarla porque me parecía que le pesaba no solo el cuerpo, sino el mundo entero. Respondió a mi saludo como si se hubiese sorprendido de ser vista, porque evidentemente se sentía transparente. Se quería probar un pulover XL de colores tristes que le llegaba casi a medio muslo. Le pregunté si necesitaba otra talla o algún tipo de ayuda. Entonces me dijo que no y salió casi a la carrera de la tienda. En la entrada le cortó el paso una señora y salieron juntas. Una semana más tarde entró a la tienda la misma muchacha, esta vez buscaba con sus ojos de cielo a alguien, me buscaba a mí. 

Me contó , era la primera vez que alguien le proponía una consultoría de moda y que después de mucho batallar con sus demonios, decidió regresar y ver como sería aquello. Me sorprendí de su valor. Le busqué un par de piezas y cuando pasaron los primeros diez minutos, éramos casi amigas. Entre palabras supe que su madre le decía que con su cuerpo y su alopecia, lo mejor que podía hacer era concentrarse en la finca y ocuparse de las cuentas. A cada idea que yo le traía, ella se enrojecía porque sabía que eran pequeños desacatos a las estrictas reglas estéticas de la familia. Hablamos de moda, del amor, de sus cachetes rojos y de su increíble valor al estar allí esa tarde conmigo probándose ropas como pretty woman. Y reímos. Tiramos maldiciones a todos los que nos critican el cuerpo para sentirse mejor. Ella no cerró más las cortinas para cambiarse las ropas, yo le enseñé mis heridas de batalla. Al final decidió comprarse dos conjuntos y nos despedimos. No la he vuelto a ver. No sé si por fin se compró los legins verdes con los que tanto había soñado o si aprendió a detener las burlas de su hermano y su madre. Pero aún me quedan en el pecho sus ojos de cielo bajo aquellos cuatro pelos, que no son mas que el paquete de una mujer que tuvo el valor de saberse bella.