Mas-caras
Hay días en los que amaneces con la guerrillera de guardia y no hay tema que no se vuelva razón para reanudar la guerra de Troya. Días en los que todo toma connotaciones dignas de un par de horas de terapia con un profesional. Pues uno de esos días, en que yo tenía el loco en la silla turca, el tema de orden era la naturaleza y la vida eco-responsable.
Esa mañana me levanté y no tomé leche, porque no quería apoyar la explotación animal. No comí pan, porque el pan blanco es dañino y el pepino con mantequilla en la mañana sabe fatal. Hice café, pero… bueno con el café siempre hago una excepción y como no comería nada, pues me tomé una cafetera de doce tazas. Lo que salió para la calle era una gurú de la vida sana con propulsión a chorro. Llevaba puesto un vestido de lino, nada de materiales sintéticos y un par de sandalias que había traído de mi tierra, hechas con piel de tambor. En fin, al llegar a mi trabajo, reino del consumo y la moda rápida, estaba como carne de cultivo para mi prédica. Todo podría haber ido bastante bien, si este proceso de locura me sucediera solo a mí, pues no, como hay mas personas en el mundo y yo no soy el ombligo, por menos que me gustaría, pues esa mañana entró una clienta con mi mismo trauma pero a ciento ochenta grados de oposición. Ella gritaba con cada movimiento „viva el destrozo del planeta“, „arriba el plastiqueo“, „naturales ni la lengua“. Ella era rubia oxigenada, con extensiones hasta la cintura, pestañas postizas, piel de solarium, pupilentes de colores, uñas de acrílico, silueta torneada en quirófano, depilada a láser hasta los huecos de la nariz. Yo la vi y fui hacia ella con el sadismo de quien ha encontrado su presa. Le propuse ayuda y ella la aceptó. La muchacha buscaba un vestido abotonado al frente, pues se iría a no se que país, con un paquete turístico que incluía entre sus actividades, el aumento de pechos en un clínica maravillosa a las orillas del Tándem. Terminando la última palabra me comenzó un tic en el ojo izquierdo. Sentí un sabor a caña santa con anís en la boca mientras un humo verde ocupaba el resto del espacio, dejándonos en la nitidez solo a nosotras. Fue cuando se apoderó de mí, con la devoción de una testigo de Jehová a veinticuatro horas del Apocalipsis, la loca del sermón medioambiental. Que la naturaleza es el mejor diseñador y no tenemos derecho a cambiar lo que ella ha proyectado, y ella que no, que los diseñadores estudian en las universidades y también se equivocan, y que si no es de marca ella no se ponía ni los blúmeres. Que le podían poner aceite industrial en las tetas y provocarle una enfermedad, y ella que no, que hasta el otro día se empavesaba de mantequilla con yodo, se acostaba a tomar sol al mediodía y tanto que le decían de los melanomas, pero que a ella no le entraba ni la gripe bobina. Y yo, pues eso seguro es una estafa. Tienes un plan de actividades mas cargado que si fueras el hijo de seis años de una ingeniera física que no confía en el sistema educacional de su país, y ella, que el tiempo es oro y hay que aprovecharlo, además no es tanto; tres días de post operatorio, dos excursiones dirigidas, un día en un parque acuático y veinte sesiones de masaje tántrico por dos mil dólares, era una ganga. Y yo, que vas arriesgar tu vida y al final a los hombres no les importa el tamaño del pecho, y ella, dícelo a Pamela Anderson o a Sofia Vergara. Y yo, que a ellos no les interesan si caen los valores de la bolsa o el peso de las masas. Y ella, si pero a todos les gusta una mujer de carnes firmes para enseñar en Facebook e Instagram. Y yo, no hija no, ellos no saben si celulitis es una pieza de carro o el derivado plástico de la celulosa. Y ella, que no, que no y que no. A cada lanzamiento mío, la rubia me bateaba con jonrones, pero yo le superaba en años y libros leídos, así que le hablé de los cánones de belleza, de la conexión antropológica del pecho y el trasero a través de la historia, de la mujer y sus curvas en las artes plásticas, de lo doloroso del pecho durante el salto en el ballet clásico, me lancé a temas menos elevados y le dije que durante la posición de la amazona, los pechos vistos de abajo hacia arriba, pues que todos se ven maravillosos. Hasta que por fin, sin palabra con que defenderse, la rubia abrió la cortina, se abrió teatralmente la blusa, se quitó el ajustador con mas ceremonia que Eustache Dauger al morir y con los ojos llenos de lágrimas, me dijo -a lo mejor los tuyos si, pero mis pechos no.- Yo quería morir de la vergüenza, su cara no era mas la de una Barbie humana, era una niña de barrio a las que un grupo de pandilleros le habían robado los juguetes. Uno de sus senos era pequeño, miraba hacia afuera pero era normal. En cambio el otro, el otro parecía un pedacito de piel que colgaba como el dedo de un guante roto. -Yo quiero también hacer un día el amor sin ajustadores- No sabía como disculparme, la naturaleza, esa diseñadora maravillosa que había exaltado, se había pasado en asimetrías con ella. Entré a la cabina y solo la abracé. Ella lloró un poco y yo salí corriendo al almacén y le traje como cinco vestidos abotonados delante, uno era mas lindo que el otro, de poliéster, poliamida, hasta uno de policloropeno. Le llevé un cinturón de pedrería de oxido de circonio sintético que era un sueño, para que celebrara la salida del hospital vestida como lo que era, una reina. Yo creo que hacía rato necesitaba contarle a alguien que no era una mujer superficial, sino que esa era su defensa ante las miles de veces que su exnovio abusador le decía que solo él era capaz de estar con una mujer así, imperfecta. Para olvidar las veces que fue humillada durante su adolescencia por su maravilloso pelo castaño, ojos marrones e impecable piel de cuajada llena de pecas. Su historia bajó de la silla turca a la naturalista loca e intolerante que yo llevaba esa mañana. Le pedí mil disculpas y me llamé al orden cívico. Intentaría no emitir ningún criterio, nunca más, por un agrandamiento de labios, una ceja tatuada, un aumento de senos o de nalgas. Esa son las marcas que producen las heridas del alma. Nuestros caminos modernos para llegar a la mujer que anhelamos ser. Una cicatriz es la seña histórica de algo que no andaba bien. Nuestras madres las llevan en el vientre porque nos aferrábamos a su cuerpo, nuestras amigas en la espalda porque desafiaron al cáncer y se rieron de la muerte en su cara. Yo las llevo en las piernas porque siempre me decido por los caminos mas intrincados. A merced de mi locura, a expensas del tema que se apodere de mí o de la cantidad de café que consuma, creo es mejor no juzgar a las personas por su apariencia, porque detrás de un muro se esconden tantas cosas y posiblemente detrás un maquillaje tantas lágrimas.
pequeñísimo Glossarium
Tándem: conjunto de dos personas que colaboran para algo. No es un lugar, pero en este caso, me gustaba el nombre y como se mezcla turismo y salud, me pareció gracioso. Además se escucha exótico y sofisticado. En fin que es un chiste lo de “a orillas del Tándem”
blúmeres: nombre con que llamamos en cuba a las bragas, calzón.
Melanoma: Tumor de las células pigmentarias. lo de la mantequilla con yodo no lo repita en casa, la que escribió esto no se responsabiliza de la boberia ajena.
Jonron: proviene de Home Run, en el beisbol golpe que le da la posibilidad a un jugador de dar la vuelta al cuadrilátero.
Posición de la amazona: La mujer a horcajadas sobre el hombre.
Eustache Dauger: Posiblemente el prisionero que inspirara la novela “la máscara de hierro” aunque se dice que la máscara era de terciopelo.
oxido de circonio sintético: Cristales sintéticos que se usan en la industria textil.