Buuu
Hace unos días estaba en la tienda y entró una muchacha con un perro maravilloso, casi tres metros de largo, el ancho de caderas de un sofá y más pelo que un mamut. Yo amo a los animales así que me volví como loca y mis atenciones fueron correspondidas. Mi mundo se redujo a intentar salvar mis espejuelos de los lengüetazos que me daba aquel bicho. Pero como soy mujer, y dicen los que saben, que las mujeres podemos hacer más de dos cosas al unísono, pues me di cuenta de la cara de pánico de un niño, de alrededor siete años y mas o menos siete libras, que se escondía entre las perchas. Su madre le reprendía porque no debía tener miedo, e intentaba de burlarse de él para minimizar la situación. Se podrán imaginar que mi escena de amor con el canino se detuvo porque lo que estaba sucediendo del otro lado me sobrepasaba. Acompañé a la clienta y su perro a la cabina, bien distantes del niño y fui en su asistencia lo más rápido que pude. Le dije que ya estaba fuera de peligro y que me comprometía de mantener las distancias entre el perro y él. La madre con el volumen de quien pregona panes en las calles de la habana decía, „eso es una malacrianza de él, hazme el favor y deja la bobería“ . Yo con la sonrisa llena de molares, le dije que no estaba de acuerdo con ella. Que de bobo nada, que hacía muy bien. El miedo nos salva de saltar de aviones sin paracaídas, de hacer inmersión sin el tanque de oxígeno, e incluso de meterte en una fiesta de ultraderechistas religiosos ortodoxos con un cartel que diga “soy de Guanajay, estoy de acuerdo con el aborto y ademas soy lesbiana”. Dirigiéndome al pequeño, que aún sollozaba, le dije que tener miedo de un perro que no conocía y con dientes tan grandes como sus zapatos era absolutamente normal. El niño se fue controlando „ yo si soy boba que le tengo miedo a los ratones y ellos son chiquiticos, inofensivos, pero ese es un miedo heredado y por lo tanto aceptado“. Entonces el niño sonrió, yo miré a su madre y continué „seguro mamá tendrá miedos a más cosas que tú“. La mujer reconoció detrás de mi sonrisa la seriedad de mis palabras y entre agradecida por traer la tranquilidad al alma de su hijo y apenada porque una extraña hiciera lo que supuestamente seria su misión, se marchó. Entonces pensé hasta donde me ha llevado el miedo o el sin-miedo a mí.
Aprendí que el mejor modo de combatir mis miedo era el conocimiento. Si entro a un espacio oscuro enciendo la luz o una vela, porque verlo todo mata el miedo. La aventura mayor de mi vida, fue emigrar. Lo hice a un país que conocía medianamente y al que había visitado tres veces antes, así que el miedo no estaba en la lista, cuando aquel 15 de mayo empaqué mis discos y un adoquín. Pero tenía un nuevo miedo adquirido, el de no saber si había tomado la decisión equivocada o sentir que había defraudado a no sé a quien, y sucede que ese miedo ha sido más un lastre que una motivación y por eso demoré hasta los cuarenta y pico de años para hacer públicos mis textos y estuve en muchas relaciones por no estar sola y al final fue estando sola que me encontré y me enamoré de mí. Y entonces me di cuenta, que el secreto está en no traicionarte a tí mismo y en probar, y si fracasas, intentarlo de nuevo. Por eso siempre le digo a mis clientas que probar es la base del conocimiento y que solo así puedes conocer tus límites estéticos y físicos. Así que nada de miedo a ponerte un pantalón corto o una blusa con la espalda afuera sin antes probarla, y donde mejor que en una cabina, donde la única representante de la sociedad esta más loca que una cabra. Experimentando con las ropas como hacía de niñas con “las cuquitas” es el mejor modo de saber que la gente te ve, como tú quieres ser vista. Y si les contara todas las risas que me he sacado en mis experimentos y cuánto falso miedo han caído por su propio peso.
Hace poco tuve una experiencia cabinistica épica. Llovía en la ciudad como casi nunca y las pocas personas que habían a las seis de la tarde por aquellos lares se resguardaban en los negocios. Al mío entró un padre con su hija. La hija era una mujer joven y les pregunté que si podría enseñarles la nueva colección y por supuesto que se rieron y un poco que se avergonzaron, porque la razón de estar allí no era precisamente la compra. Entonces les dije que tenían dos opciones o esperar como quienes se cuelan en un museo, a que pasara la tormenta o probarse ropas durante ese tiempo. Ella asintió y dijo que en realidad tenía problemas para encontrar pantalones porque era muy pequeña. La corregí y le dije que ella como yo éramos el resultado de padres ahorrativos, que nos habían hecho con molde chiquito para conservar el sabor. Entonces me sacó el argumento de que su cuerpo no estaba bien distribuido y que por eso no se podía poner esto o aquello. Miedo, puro miedo a ser o no ser, como nos imaginamos.“ Pero mujer, donde te puedes probar todo lo que nunca te comprarías, es una tienda. Así que manos a la obra“. Su padre no paraba de reír, le traje de cuánto se me ocurría y después de una hora, se fueron con una muda de ropa de un estilo muy diferente a lo que acostumbraba. Lo gracioso de todo fue que al otro día cuando entré a la tienda, estaba la clienta, pero esta vez traían a la madre para que me conociera y volvimos a hablar del miedo, del miedo a lo raro, a lo nuevo, y las otras visiones y reímos. Al final estoy convencida que a lo que más temo hoy en día es a la irracionalidad de las personas, a los narcisistas compulsivos, al poder desatinado de los hombres, a la gente que no es curiosa o abierta y al paternalismo. Para todo el resto están la risa y las enciclopedias, la ciencia, la familia y los amigos. Así que la próxima vez que le hables a tu hijo del güije, del coco, o del viejo del saco recuerda que no lo estas asustando solo un día, sino toda la vida y de cada miedo infundado mas escuálidas serán sus alas y tendrá su vuelo menos altura.