Homo que?
Diciembre, mes de recuentos, de saldo de deudas y nuevos proyectos. Así me gusta ver el último mes de la rueda. Algo parecido a una pausa metafísica a mitad de la subida de una colina, que es la vida. Momento de reflexión existencial en que miras atrás, ves todo lo recorrido, miras al suelo para agradecer por el lugar en que te encuentras, elevas la vista y visualizas la cúspide. Entonces estas en el duodécimo mes, terminas un ciclo y lo usas como una pausa para tomar el aire acompañado con un par de cervezas, un buen plato de carne de cerdo asada con yuca, arroz moro. Te pones rococó, antidietético y le añades al menú unos buñuelos, torrejas, dos cafés y tres rones. Te arremangas los pantalones. Te apretaras para entrarle al próximo año, resacado, harto, contento. Sin la menor idea del camino a seguir pero como buen isleño, convencido que la vida como el tubo digestivo tienen una sola salida, así que sigues pa’lante con la única arma con que cuentas en este punto, la risa y tus inmensas ganas de que no se acabe la fiesta.
En eso de empezar de nuevo, romper el hielo y darle vueltas a la tortilla, tengo con toda seguridad, mas medallas que un púgil olímpico de Zambia. Ahora mismo por ejemplo, ando espabilando mi hemisferio derecho y dándome cuenta que en los momentos donde mas vulnerables me encuentro, me encuentro.
Tener que usar la mano izquierda en contra de mi voluntad ha sido mas que un impedimento una oportunidad. Unas vez más la adversidad ha despertado a la inventiva que vive en mi. Si algo es terrible para nosotros los humanos, según yo, es la comodidad exagerada, el paternalismo y la dependencia. Escuchado así suena que estoy defendiendo alguna corriente supremacista sobre la individualismo y la inteligencia artificial, de ningún modo, yo abogo por los balances y la armonía simétrica del mundo. Pero la verdad es que cuando la cosa se pone mala, nos ponemos para las cosas y la mitad de la veces nos sorprendemos de nuestras capacidades. Por ejemplo yo comencé mi vida sexual muy joven, para no ser discriminada en la escuela, porque si no lo habías echo eras tonta y yo seré cualquier cosa pero de tonta, ni un pelo. Que les cuento, como tenía que entrar por la puerta de servicio en el mundo de la sexualidad en un país hipersexual, organicé fríamente el encuentro, logré con satisfacción que mi himen desapareciera y volví a cerrar las piernas hasta el próximo aviso y con ellas el aprendizaje.
Entonces no había internet y a los amantes los encontrabas frente frente, nada de mensajería por Instagram, ni fotos con filtros, aquello era al duro y sin guantes. Después llegó la crisis y el apareamiento se daba con mancebos o experimentados traidores que aparecían en carros, motos y bicicletas en las paradas de los semáforos o a medio andar. Aunque esto haya sonado raro, de allá de donde vengo, eso de hacer autostop es una práctica generalizada, aprobada social y gubernamentalmente y entre nos, no hay otra opción. Yo nací agraciada de un modo muy particular, sin curvas ni piernas largas pero no obstante, nunca me faltó un galán. ¿Qué pasó? Que mi cultura sexual era tan plana como una sabana en Camagüey. Yo sabía de estiramientos, ponerme a disposición del otro partido, gemir para acariciar egos masculinos, pero de la verdad la verdad no tenía ni idea. La accesibilidad me había educado vaga y poco creativa.
Las mujeres hablamos de sexo muy a menudo pero yo no recuerdo hablar de modo instructivo sino mas al estilo masculino, con quien estuviste, de que tamaño la tiene, si bajó al pozo, que tiempo duró o si el tipo hacia soniditos raros. Comentarios para robar carcajadas al auditorio, pero de los ciclos de deseo desenfrenado, de la masturbación, la eyaculación, la ovulación, el sexo durante la menstruación, el sexo anal, la monogamia, y todo lo demás, todo eso lo aprendi yo aquí, en el desierto de las pasiones, sola como una garrapata en el cuero de un perro chino.
Después del destete, allá por el dos mil seis, yo me encontraba en una fase como de Homo habilis. Había conocido el orgasmo femenino, recuerdo haber llorado de alegría y había asumido que eso de estar gritando como una chiva a destiempo era poco glamuroso y que ya era momento de entrarle el futuro con elegancia. Entonces mi pareja empezaba a dar falleteo. De un momento a otro me quedé sola rodeada de gente y le metí mano al cuerpo. No lo creerán pero eso del tocamiento me llegó bastante tarde. Muchos dedos después y tantas horas de estudio individual, ya me había convertido en una Homo erectus. Para ese entonces reconocía mi tubérculo genital en toda su magnitud e incluso entendía el origen de sus etimologías populares. Uno de los primeros mitos que se destruyeron con mi modesta experiencia fue que la práctica onanista era la consecuencia de que no tenías con quien quitarte la picazón. Esa es una de las grandes mentiras que el patriarcado nos han vendido como verdad. El instinto de satisfacción sexual es un instinto primitivo que aparece en la infancia de niños y niñas y no debe ser ni celebrado ni censurado, esta ahí y punto. Algún día entenderán que no se puede comparar la gimnasia con la magnesia, que el amor no se negocia y los consoladores si. Que el deseo femenino fuera tratado como trastorno psiquiátrico durante decenios fue mas que suficiente para sumir nuestra naturaleza en el cajón de los tabúes. En fin, como habrán podido leer, ya hace unos años me considero Homo sapiens, no es gran cosa pero no me lamento. Conozco mi cuerpo y mi curiosidad por conocer el del prójimo es mas profunda y multifacética. Espero hayan más niveles por delante, que los nombres sigan siendo lindos e inclusivos y que seamos mas los que normalicemos a los que con sus escándalos solo saben poner barreras.