explícitamente

 
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Yo suelo hablar mucho y se podrán imaginar que debido al volumen de ideas y verborrea que soy capaz de producir, pues tantas veces la calidad del contenido y la forma bajan… tantas veces muchas. Porque hablar mucho no significa que domine el refinado arte de la conversación o el diálogo, sino mas bien que un cúmulo exagerado de información en mi cerebro, en combinación con mi desbocada necesidad de contacto social en un acto de ebullición, formulan oraciones que ni yo misma sé de donde salen. De este fenómeno han nacido frases célebres que aún arrastro y utilizo como carta de presentación: „carrocería de Pinar del Río, motor de Camagüey, pero la chapa de la Habana“. Con los años he ido mejorando y tras estudiar un poco de pedagogía y cultural general me he convertido en una compacta máquina de small talk (charla corta), lo cual facilita muchísimo mi trabajo y evita que me expulsen de muchos lugares. El tiempo; los caprichos de la naturaleza; el color del pelo, los ojos o esmalte de uñas; el medioambiente o la medicina tradicional andina; todo puede ser un tema, en fin… que se me da fácil eso de romper el hielo con una conversación corta donde todos dicen algo pero nadie dice nada. Pero si se me da bien empezarlas, se me da mejor terminarlas. A la tercera o cuarta lección de teatro, incluí en mis despedidas el giro tres cuartos con fuga en el espacio. Vamos, que si el tema no me quedaba bien, o no cuajaba,  yo no veía la reacción del receptor, pues que mejor dijeran, aquí corrió que aquí murió. 

Así es como mucha gente que me conoce a través de un contacto de este modo, se queda prendado con mi desfachatez y me invita a una cena con un par de personas y luego viene lo bueno. La simpatía del small talk está en que es un contacto de máximo tres minutos, donde uno o mas integrantes abandonan el espacio después de dos palabras y todos terminan sonriendo. Pero en una cena no funciona así. Porque…o hago mi show en el entrante y me pierdo el resto, levantándome de la mesa desapareciendo en el horizonte en una fuga infinita, pero con hambre, o me quedo callada hasta al menos el café a expensas de la frustración de los anfitriones que esperaban una obra teatral con baile y malabares. Qué ha pasado? pues que a los cuarenta, quien me quiera me tiene que querer toda. Intensa a cuatro ojos, con discusiones acaloradas sobre temas de los que nadie quiere hablar, sin fugas y comiéndomelo todo, desde el entrante hasta la decoración, o superficial y efímera cuando me da la luz solar. Es como el sexo con veinte o con cuarenta. Si te da por intelectualizarlo todo, por buscar el intercambio con alguien que recite poemas de Bukowski, tenga los músculos de Michel Tyson y pueda leer tus pensamientos mas sucios, tendrás muy poco sexo. Y no olvides que aunque endemoniada por las religiones, los gobiernos y los sistemas sanitarios, siempre será una necesidad fisiológica básica. En cambio si solo vas por el mundo marcando rayas te perderás las maravillas del amor maduro, las fantasías mas rebuscadas y los sabores mas exóticos. Que la magia está en saber cómo, cuándo, dónde y con quién. Como diría el apóstol „Artes soy entre las artes y en los montes montes soy“. 

Nada me entristece mas que cuando una clienta va a mi tienda y porque supera no se cuantas décadas quiere algo que anule su sexualidad. Eso es de primitiva, parece cuestionable, porque ser sexy es ser puta, porque a esta edad sí, porque a esta edad no. Pues no dejemos que nos hagan con el cuerpo lo que ya han hecho con casi todo. Ellos que al final nos consumen, los patriarcales, los que de casadas te dejan poner una falda a la altura de la rodilla para que creas que eres fuerte y nada te doblega, pero que nunca mas te han hecho el amor en el parque, porque es menos cómodo o higiénico. No permitamos que nadie decida si hablamos corto y suave o profundo y largo. Somos esto, quien nos quiera se lleva todo o nada, drama y lentejuela, poemas y bailes en chancletas.