...Corazón que no siente.

 
corazon+2.jpg

Si un refrán yo considero importante para mi desempeño laboral es „ojos que no ven, corazón que no siente“. Que conste estoy muy clara de los valores estéticos y todo lo que mueve la industria del consumo. Pero si viéramos menos y sintiéramos mas, que diferente sería la cosa.

Mi familia es muy dicharachera, que si en "boca cerrada no entran moscas“,  „a caballo regalado no se le mira el colmillo“, „el que solo la hace, solo la paga“ pero nada es mas verídico en mi hacer diario, que la relación entre lo que ves y como que sientes. Acostumbro a decir que solo dos frases suelen desarmar mis técnicas de venta, cuando una clienta dice, „no me gusta“ o „no me siento cómoda“, esas son palabras santas. 

Para mi la naturaleza es el mejor diseñador del mundo y nos puso los ojos en la cara dirigidos hacia el horizonte, para que camináramos en dirección al futuro, sin importar como y mucho menos sin que nuestro cuerpo intercediera en su hacer, mas que instrumentalizando el camino. Eso de las contorsiones para confirmar si todas las curvas están en su lugar es un fenómeno burgués y clasista inventado entre los que su trabajo era mostrar que todo les iba bien, que eran poderos y que tenían el tiempo para ello. La gente pobre usaba siempre el mismo vestido, de colores oscuros, pues los colores brillantes eran carísimos, como hoy, y no les importaba si llevaban el pañuelo virado o los pelos afuera, pues lo importante era su rendimiento para poner un pedazo de pan a la mesa. La manía de adorar la imagen es algo que venimos arrastrando desde que comenzó el comercio por la antigua Turquía alrededor de ocho mil años atrás. Entonces el reflejo que se apreciaba en la obsidiana pulida no eran ni la chancleta de los dos mil quinientos pixeles de cualquier camarita. Lo que era entonces un suspiro etéreo delante del óvalo de metal o piedra, hoy en día nos persiguen no solo en Facebook o en Instagram, sino en los chat de las familia, en el curriculum vitae, en las ventanas de los negocios, en los grandes carteles. 

Desde hace unas décadas ver y mirar además de diferenciarse diametralmente esta influenciado de sobre manera por los avances tecnológicos, que dicho entre tú y yo, en vez de venir a ayudar nos tiene más locos que el que nos invento. Que si la luz natural o los tonos de colores, que si el espejo con efectos desestabilizadores donde te ves más grande, mas chica, mas gorda, mas pálida; que si los filtros, con cejas gruesas o labios de bermejo. En fin que cuando te miras al espejo o a una pantalla lo estas haciendo a través de los ojos de treinta civilizaciones, cientos de campañas publicitarias, la biblia de tu abuela y cuatro series de Netflix. Empaquetados todos esos ojos en tu cerebro, ataviados con un peluquín, togas y un martillo en la mano, jueces intransigentes y educados por ti misma. 

Hace tres semanas abrieron las tiendas y a la mitad de nosotras nos queda apretado medio ropero, así que tengo un montón de clientas que vienen cargando el peso de la última paella, los cuatro arroz con leche que se comieron el sábado anterior y el botón de su pantalón preferido que no cierra. Entre esas me llegó una mujer increíble, esbelta como un ave acuática, de cabellos blanquísimos y con tremendo swing. Le traje unos pantalones verdes con bolsillos a los lados y al probárselos me dijo que le encantaban pero que a su edad no se veía bien, que eran muy ajustados y evidentemente de jovencita. Y dale Juana con la palangana, pero como le gusta a la gente provocarme. Se lo dije que en la etiqueta solo estaba escrito el modo de lavado y los materiales, que no había ninguna contraindicación con respecto a la edad. Que ella tenía la edad que ella quisiera y que por favor saliera de la cabina y diera unos pasos para comprobar como se veía la pieza. Se miraba inclinando la cabeza noventa grados hacia abajo y con ambas manos se apretaba el vientre. Tuve que intervenir. „Por suerte no caminamos así como lo estas haciendo tú, es además de incómodo no muy bien visto por la sociedad. Que te parece si intentas mejor contarme como te sientes.“ Ella sonrió mientras yo proseguía „La cabeza va erguida y los brazos penden a los lados del cuerpo balanceándose, así nos ayudamos con en el equilibrio, a ahorrar energía y a mover las carteras cuando estamos muy apuradas o nerviosas. Respira y ahora que ya estas en la plaza San Marcos, dime, como te sientes“ Por supuesto mi conversación era medio en serio, medio en jarana pero no pude cerrar sin antes recordarle que la edad se la echaba encima ella mientras reía menos, no se sorprendía o curioseaba, temía cada vez mas al que dirán y le prohibía la entrada a determinadas piezas en su ropero. Por supuesto se compró el pantalón, está de mas decir, le quedaba de escándalo. Cuando se fue me quedé conversando del tema con una de las muchachas de la tienda, que con solo veinticuatro años recuerda con amarga nostalgia, aquellos tiempos de juventud en los que se podía poner aquella falda corta. Será que estoy loca yo, que me siento los casi cuarenta y cuatro solo cuando me corre detrás un perro dóberman vestido de camuflaje con una metralleta.  

Ahora entienden porque „ojos que no ven, corazón que no siente“ porque deberíamos mirarnos con el alma, querernos y sentirnos cómodas en vez de juzgarnos y culparnos ante un espejo. Estamos demasiado atentas a las arrugas y menos a la conversación con uno mismo.

En muchos pueblos se identificaba la imagen del espejo con la imagen del espíritu, así que retomemos el conocimientos de los ancestros y mirémonos adentro, con el amor que nos profesamos y sino es el caso, pues tarea para la casa. Desnudo el cuerpo, desnuda el alma.