chirrín chirrán

 
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Que levante la mano quien no tiene un pantalón en una gaveta, viejo como veinte libras, con la esperanza de volver a meterse en ellos el próximo verano. Pues no se sientan mal, como bien nos enseñó Voltaire, allá por mil setecientos cincuenta y nueve, seamos optimista porque siempre hay alguien peor que tú. Esta semana una clienta se quería comprar dos pantalones, de esos que no se pondrá hasta, el para siempre postergable, próximo verano. Vino directamente a mí con una bolsa de papel. Yo pensé sería una reclamación o quería traer de vuelta alguna pieza. Como una narcotraficante primeriza sacó un pedazo de tela casi irreconocible. En voz muy baja me comentó que aquello había sido la parte de arriba de un pantalón que ella adoraba, que era el único modelo que había usado seguramente en quince años. Necesitaba dos iguales fuese como fuese. En un murmullo teatralizado le dije que había poco en este mundo que yo no pudiera resolver y que si el pantalón todavía existía, que contara con él. Tomé el resto de tela con la frialdad y seguridad de un perito criminólogo, no lo quería contaminar. Lo puse directo a la luz solar para encontrar los números que ya a esas alturas parecían sacados del manuscrito de Timbuktu. Una vez con el código fui a la computadora madre y encontré en una aplicación la fotografía, cuerpo entero, del susodicho. Accedí a los archivos secretos de venta y allí estaba esperándome, lo mejor de todo, yo tenía el objetivo en almacén. Eufórica fui a darle la buena noticia a mi clienta aunque me faltaba una información, la talla. A rajatabla, sin ningún respeto por el prójimo, me dijo, incluso con la ceja arqueada para que no se me ocurriera cuestionarla. - La veinticinco- Para los que no son duchos en el tema, esa es la famosa talla cero. A mí me mataba la curiosidad. Quería saber que había detrás de aquel excentricismo. Pues la cosa iba por el camino de las nostalgias. Al convertirse en madre, su cuerpo había ganado en funciones y también en kilogramos. Yo la veía con un peso normal pero ella estaba muy frustrada, temía por el equilibrio de su matrimonio, su equilibrio profesional y yo temía un poco por su equilibrio emocional. Cual malabarista en el circo de la psicología manigüera, me lancé. Entonces me contó que cada domingo se pesaba e intentaba entrar en el pantalón. Ya lo había probado con medias de nylon, vaselina, manteca de majá y otros trucos sacados de YouTube. Ese fin de semana no aguantó más, cogió unas tijeras y lo destruyó en un ataque de rabia. Esa era la razón por la que ahora necesitaba uno nuevo y otro de repuesto, en caso que le volviera a dar una sirimba. Yo como Cándido quedé atónita, desatentada, confusa, ensangrentada por dentro y palpitante, y dije para mí: ¿Si este es el mejor de los mundos posibles, cómo serán los otros? No me pude contener, probablemente perdería una clienta pero si ella se confesó, me daba todo el derecho del mundo a comentar. - Niña que tú naciste en los Alpes, deja la locura esa para nosotras las isleñas, mujeres temperamentales que damos candela y nos tiramos al mar. Te da un chuchazo en el cerebro y eso no tiene marcha atrás, tú no tienes infraestructura dramática pa eso. Mira, si la base del desarrollo de los hombre ha sido, mas o menos, lo que duele no es bueno, donde es cómodo te quedas, estas yendo contra todas las reglas. Evidentemente ese pantalón es tu peor enemigo. Tú cómprate lo tú quieras porque el dinero es tuyo, pero estas logrando el efecto contrario. Relájate, disfruta, ahora es el momento de ser mamá, suave, cómoda. Tómalo como un nuevo capítulo en tu vida, puro desarrollo lógico. No puedes ser la misma de hace quince años, te estas aferrando al pasado solo porque alguna vez lo que conoces funcionó. Si tu marido te quería porque eras una ninfa, pues hija, no te quiere y eso es mas serio. ¿Y del trabajo? únicamente si fueras modelo de Victoria Secret, ladrona de bancos o fugitiva profesional de prisiones con barrotes, que de esas ya pocas quedan, si no es así cariño, el peso no puede ser un problema en tu profesión.- Ella no se ofendió, sonrió, hizo como si estuviera de acuerdo conmigo y desapareció. Se fue con su dos pantalones y probablemente en la próxima esquina compraría  un juego de tijeras nuevas, porque esa historia tendrá más capítulos. Yo en cambio me quedé tan enganchada con mis palabras que no pude mas que comprar una botella de vino y llamarme a reflexión. 

No estamos entrenados para despedirnos, ni para cerrar capítulos, ni para aceptar el cambio lógico de las cosas. No digas tú con un pantalón, con nada. Y luego queremos relaciones saludables y países que funcionen. El pensamiento, los afectos, los doctrinas se deberían atender como al armario. Anualmente hacerle una limpieza, lo que no te pusiste, lo que te aprieta, lo que esta roto, afuera pelota. No te sirve, no lo puedes reciclar, pues es hora de decir adiós o darle otras funciones. Se que es fácil decirlo, mirando atrás recuerdo mis miedo, el miedo de cogerle unas sábanas a mi madre para hacerme una pantaloneta, o el miedo a dejarlo todo y empezar en otras tierras. El miedo a estar sola lejos de la familia, el miedo de no verlos más. El miedo a postear el no silencio de unos valientes de mi ciudad. Así despacio te conviertes en el juguete de tu marido que también tiene miedo a decir que no funcionó y que tampoco sabe cerrar capítulos; te conviertes en esclavo de tu dador de trabajo, que te mete en la sangre que estamos es crisis y que no puedes encontrar nada mejor; en peón de un gobierno que no te toca pero que tiene los hilos de las vidas que te importan. Por eso entrenemos la capacidad de aceptar los cambios. Yo le di un último beso a mi padre un día como hoy en las mejillas de mi madre y eso abrió un capítulo de amor. La muerte, que quería separarnos, lo único que logró fue ponernos a todos del mismo bando. Hace diez años me inventé una realidad nueva, con amigos de un día o de toda una vida, ya veremos, con un amor que vivimos activamente para que dure mucho. Hace muchos meses me fui de un trabajo y encontré otro, lleno de sorpresas y gente linda. Porque después de cerrar capítulos hay siempre nuevos renaceres.

Todos usamos un día la treinta y cuatro, pero está en nosotros mismo saber que hacer con eso, cuando una mañana despiertas y crees que te sentirías mas cómodo con la cuarenta.