El espejo en mano
Uno estudia que estudia, ni duermes intentando ser el pino nuevo y la vida te pone en un lugar remoto del mundo, con un montón de información en la cabeza y tienes que tirar pa lante con lo que tengas. Durante mis estudios yo aprendí mucho del cuerpo humano. Aprendí a leerlo, hacerlo expresarse, a traducir su idioma, como mantenerlo flexible y saludable, pero de darle goce, de eso se habló poco. Para eso estaba la calle y los malos amantes. Porque yo aprendí más con los malos que con los buenos. Con los buenos me dejaba llevar, era como nadar en aguas mansas. Pero con los malos, con esos sí he tenido batallas de coordinación. Amar con alguien sin encontrar el ritmo en común, es como bailar salsa con los zapatos al revés, en fin que a esos amoríos les debo mis momentos reflexivos más profundos y mis visitas al médico más vergonzosas.
Que pasa pues, a los cuarenta y después de haber hecho tanto terreno, como dicen los médicos, me vanaglorio de saber bastante del goce corporal, de las figuras imposibles y las técnicas del escape tipo Houdini caribeño. Eso sí, de mi estudio alternativo de las artes amatorias no fui conscientes, hasta que trabajando en una tienda con dieciocho mujeres y hombres de seis diferentes nacionalidades y religiones, me convertí en el oráculo sexual del almacén. Allí se hablaba de todo, se discutía de más y cuando había menos trabajo, se lloraba y reía en desmedida.
Una vez salió el tema de los ejemplos a seguir entre las mujeres. Una de las muchachas dijo que su ídolo era María. Yo descarté a la de Nazaret, porque la muchacha era musulmana, le di un poco de taller, pero el tema iba tan rápido que para no perderme, le pregunté cuál María. Ella, como si yo hubiera salido de la máquina del tiempo procedente del siglo cuarto, me miró con desdén y dijo - María Yotta. - Y esa quién es.- Una alemana que sale en la televisión que se implantó bla, bla, bla.- Si algo en la vida yo no he podido controlar jamás ,es esta lengua maldita y en ese momento mi reputación estaba en juego. No solo intentaban sacarme del ring de la conversación con aquel gesto, sino que estaban poniendo en tela de juicio mis años y el nivel de información. Y como bien diría mi padre, primero muerta que “despretigiá”. Así que la lengua salió a defender hasta a mi sombra y a la velocidad de la luz, arremetí sin consuelo. - Ah que boba yo, que por un momento pensé podría ser la Marie Curie.- Y con cara de haber dado Jake Mate, esperé su reacción. ¿Qué como respondió? - ¿Quién es esa? - ¿Tú no sabes?- De la funda saqué mis balas de sarcasmo para dar el toque de gracia y pum, pum, pum. - Marie Curie es la esposa de Burundi. - ¿Y quién es Burundi?- El rifirrafe había perdido todo el sentido. Me di cuenta que estaba sola en el ring, que la pelea era de león para Tamagotchi. Me dio un ataque de vergüenza ajena y fue cuando me sentí de verdad la mas vieja del grupo. Que conste que era la primera vez que además estaba muy orgullosa de serlo, porque como en las tribus, la mas vieja significaba también ser la mas sabia. Ordené bajar las voces, prestar atención y dije - A ver mis niñas, yo hablo mucha bobería, pero de vez en cuando digo cosas interesantes que les podría aportar algo de cultura general, incluso para la vida. Por ejemplo, que el clítoris tiene un tamaño promedio de diez centímetros.- Para que habré dicho aquello. Parecía como si le hubiera dado un batazo a un nido de avispas. Unas corrían al teléfono para preguntarle a su madre si lo que habían escuchado era cierto, otras también corrían al teléfono para preguntarle a Google si aquello no era mas que un invento. Otras salieron a comentarles a las que no estaban presentes y me imagino, que habrá habido alguna que corriera al baño para comprobar. Mientras, yo intentaba retroceder en el tiempo para saber que había desencadenado la risa nerviosa y el corre corre. Por un momento me quedé sola en el almacén y detrás de una percha salió una de las muchachas y me preguntó que como yo me lo había medido. Fue cuando entendí que había encontrado la aguja del pajar. Hablamos de la vieja técnica de amarse a sí mismo, del espejo en la mano, de que cada cuerpo es hermoso y único. Y que para medirlo estaban sus dedos, mucho juego y no una regla. Hablamos tanto que nos hicimos viejas las dos, y por suerte, también sabias.