Fuera de horma
Qué pasa si no entras en los estrictos cánones que la mitad de la gente entiende por normales. Qué pasa si no eres negro, ni blanco, ni árabe, ni chino. Si crees en la religión yoruba, te sientas en la iglesia a meditar como te enseñaron en tus clases de yoga, pero estas bautizado por la religión ortodoxa. Qué pasa si no eres heterosexual, homosexual, asexual y bueno aquí me paro porque la lista cada año es mas larga. Aún así, no tiene nombre tu condición. Qué problema tiene la gente en querer clasificar para luego poder actuar. Y no estoy en contra la de las clasificaciones lógicas de la vida.
De niña me sentía mas a gusto con la raza negra porque mi madre es mulata y yo siempre me sentí mas negra que blanca. Pero cuando llegó mi adolescencia, me llamaron “blanquita” con tono despectivo y me sentí fuera del saco donde siempre había estado acurrucada. La ira fue provocada porque yo movía el esqueleto como rumbera mayor, pero mi palidez molestaba en el patio de la escuela.
Hace unos meses un amigo me comentó que todos pensaban que yo era lesbiana. Me reí porque yo misma no sabía que era a los veinte años y ya ellos me habían categorizado. Al preguntarle porqué, no supo contestar. Entonces saqué mis propias conclusiones. Yo soy muy cómoda y la feminidad es realmente trabajosa. En la adolescencia para representarte, pues haces como en el teatro, lo aumentas todo. Y yo nunca he sentido la necesidad de aumentar mi sexualidad, por el contrario, la escondía, por razones que en otra historia les contaré. Yo quería ser solo yo y como mi actitud no encajaba en la normo-heterosexualidad, pues para ellos, era lo contrario. Así, sin saberlo, fui parte del otro bando.
Pues hace unos años trabajando en una tienda en Zurich, estuve delante de UN mujer que tenía que tomar una decisión tan banal como ver que cabina usar, la de hombre o la de mujeres. En aquel negocio había una estricta regla de que los sexos no se debían mezclar en las cabinas y de pronto esta persona estaba perdidE entre tanta gente, que le ignoraban o le evitaban. Así que yo tomé el toro por los cuernos. Al primer contacto visual, le hice señas de tener una cabina vacía y le pregunté si prefería ir al departamento de hombres o quedarse en esta. No sé si lo hizo para probarme o provocarme, pero me dijo que al de hombres. Sin mas le pedí que me acompañara. Llegué a las cabinas de los caballeros y con la cara del mas temido guardaespaldas de reguetornero, en medio de una discoteca en La Habana, miré a mi colega, y le dije que necesitaba una cabina para mi cliente. Yo me estaba comiendo el mundo sin ensalada. Defendiendo a todos los que no cabemos en las categorías, o simplemente alargando mi voz para decirles a las muchachitas de la secundaria, que no tenía la piel negra pero mi historia, mis genes y mi modo de andar no aceptaban una categoría como desprecio. Yo no soy “blanquita”, soy una mulata como mi madre, muy clarita, pero mulata, mezclada hasta el tuétano. En mi conviven blancos, negros, chinos, ricos, pobres, occidentales, orientales, altos, bajitos, gordos, flacos, machistas, homosexuales, de izquierda y derecha. Por lo que tirarse conmigo lleva mucha tolerancia.
Como buena guardaespaldas, esperé a mi cliente. Al salir, me miró y sonrió. Yo me puedo imaginar que pensaría -esta loca hasta haciendo su revolución sola- pero yo fui feliz, defendí mi posición más arraigada, como diría Marti, ser del bando de los que aman y funden.