Apretón de manos

 
foto: Simon Tribelhorn

foto: Simon Tribelhorn

 
 

En estos tiempo en que todo contacto físico viene sopesado con exactitud médica recuerdo una anécdota. Mi padre me enseñó que el saludo con un apretón de manos era más que un simple saludo. Es una carta de presentación, con la que le dicen a tu interlocutor que estas ahí en cuerpo y alma, que puede contar contigo para lo que sea y demuestra tu carácter. Mi padre, como muchos hombres, daba el apretón de manos como muestra de poder, pero eso lo aprendería mas tarde. 

Para entonces trabajaba en el Gran Teatro y a petición de un amigo, había conseguido un par de invitaciones para el Festival Internacional de Ballet de la Habana. Yo debía bajar a una hora exacta y darle a una persona un sobre con las entradas para uno de los eventos más esperados del festival. No debía ser tan complicado… cosa de un minuto. Bajé a la puerta principal como acordamos. Entre el ir y venir de la gente, el barullo de los coleros y la mirada incisiva de los custodios, pude reconocer a pocos metros a la persona que venía hacia mí en busca del sobre. Era un hombre mestizo, de sonrisa perfecta, flequillos rizados sobre las cejas pobladas, un cuerpo que llamaba la atención a más de uno y un paso seguro de macho que se sabe admirado y deseado. Entonces llego el momento del saludo. Yo le di un buen apretón de manos, como si le estuviera apretando los bíceps y fue entonces que su sonrisa desapareció y me volvió a apretar la mano de modo que los anillos que tenía puestos traspasaron mi carne, nudillos y todo lo que se interpuso. En mi cara se podía leer la sorpresa y el dolor, y no fue mas amigable nuestro encuentro. Le di el sobre y él me quería pagar por ello. „No es necesario- Por supuesto que si“ mientras tanto sacaba un billete de 10 CUC de su bolsillo „Que no, está todo bien“ Balbuceaba yo con una sonrisa amarga y los ojos de quien es lanzado de un avión sin paracaídas. Según yo, era el modo correcto de detener aquella situación, en la que me jugaba no solo el puesto de trabajo sino también la autoestima. „ Te digo que si, que te las pago.“ Yo quería morir, los ojos de los custodios eran cuchillos rojos al calor, los coleros me miraban como la última cerveza fría del desierto, la poseedora del santo grial, mientras aquel hombre estaba a punto de formar un verdadero teatro. „Mira yo solo te doy el sobre y tu te vas, simple.“Cómo le voy a aceptar algo así a una muchachita tan linda como tú?“ Hacía rato se habían desaparecido mi sonrisa encantadora y mi lánguido mirar, aquel tipo no entendía aquello. Su ego pasaba por encima de los custodios, los hambrientos revendedores, de mi colegas del trabajo y de mí para gritar estoy aquí y hago como quiero. Algo más fuerte que yo dijo con vozarrón de gladiador „el sobre o nada! - Ah  porque ahora eres la chica poderosa y agresiva.“ Aquello era surrealista, mira en que historia estaba yo metida por hacerle un favor a un amigo. „No, soy solo la chica que te dijo no“. Y le lance una mirada retadora a todos los que ya se habían convertido en publico y testigo de aquel careo. Me dio la espalda y todos los ojos que hasta entonces miraban, comenzaron cuestionar lo ocurrido. Ellos no entendía porque no aceptaba el detalle de quien quería ser amable conmigo y la galantería tropical de aquel hombre conquisto incluso hasta a los custodios. Yo no entendía porque ellos tampoco aceptaban mi no. 

Años mas tarde comprendí que el hombre no quería ser galante conmigo, sino que  su virilidad se vio afectada por mi apretón de manos, y luego mi decisión de no caer ante su extraña zalamería, dio el golpe de gracia. Aún me da lástima, porque al fin y al cabo no vio Don Quijote en la Catedral de la Habana, por su raro modo ante una pequeña muchacha con un sobre en la mano.