La Cabina Roja

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uniendo alma

Tú discriminas, yo discrimino, nosotros discriminamos, vosotros discrimináis. 

Hoy llegó una clienta a la tienda, preguntándome con la vergüenza que se tiene cuando se comete un grave acto de ingratitud, si yo tenía pantalones talla cuarenta y seis. Su cara era la de un ángel salido de un cuadro pre-renacentista. Traía consigo el rubor que provoca comer manzanas descalza en la nieve, que es mas o menos igual que las ondas del pelo que provoca recibir un mango como beisbolista profesional desde lo alto de un árbol en medio del caribe. Yo que me las doy de heroína de todas las guerras, desde mi treinta y ocho cuarenta le dije que no se preocupara, que le encontraría lo que ella estaba buscando. Hablamos, yo corría, ella sudaba, yo regresaba con otra pieza, reíamos y en un momento íntimo, que solo conocemos las mujeres agotadas por las contorsiones durante la lucha en una cabina, con un espejo penetrante y una luz amarillenta que destruye cualquier rastro de playa de tus genes, me dijo que estaba harta de vestir como abuela porque las tiendas para mujeres de su edad, la discriminaban. Que vergüenza tan grande, yo no sabía donde meterme y le dije que me iría al almacén, porque aunque yo tuviera que coserle un pantalón de mezclilla con los dientes, ella saldría de mi tienda con una muda de ropa adapta a sus expectativas. 

Digité el código y la luz que anunciaba el piso del almacén se iluminó. Se cerraron las puertas del elevador y a pesar de ser solo dos pisos reales, mi cerebro se sentía camino a un rascacielos, de donde luego saltaría. Yo había vivido la discriminación tan cotidianamente en mi piel que había dejado de sentirla. Había tapado con el cacharro del sarcasmo cuanta historia bizarra del pasado, porque se imaginan que siendo hija de una mujer mestiza y pálida como un susto, desde que nací el tema raza fue una constante. Pasó el tiempo y aprendí a amar mi nariz de porrón, mis facciones de mezcolanza… pero los malos siempre tienen por donde agarrarse y preguntaban si era de verdad habanera. A muchos, entonces, no les bastaba que amara el malecón y su historia, que vitoreara por Industriales ni que contrajera las erres y las eses al hablar, así, como quien tiene mucha prisa y lleva sed de isla. Aprendí a amar las provincias de mis padres, internas, cargadas de anécdotas, pero mi árbol genealógico no era capitalino, como si el regionalismo no nos hubiera ya separado dolorosamente, pero no siendo suficiente, puse un océano por el medio y descubrí mas colores en los mapas, mas fronteras, mas miedos. Como mujer en un país donde la misoginia vive solapada entre las mas arraigadas costumbres, ya ser fémina era pesado, pero para darle mas sabor a la cosa, decidí ser no-madre, entonces los episodios de discriminación y reproche me llovieron hasta el otro día, de un bando y del otro. Pero para eso está la experiencia, hace unos años determiné no disculparme mas por mi acento apresurado, por mi pasaporte extranjero azul cielo, por la vagina que tengo entre las piernas, por los pelos que no son ni una cosa ni la otra pero que aman estar al vuelo. Ya hace mucho decidí no dar explicaciones ni encontrar razones para quienes no creen que mi familia es la representación de la escala de Pantone y que mi casa multicultural tiene mas similitudes que contradicciones. Pero como hacer entender a esa muchacha que cada lágrima, cada minuto de ausencia, cada momento de atención engrandece las fauces del discriminador y le debilitan las piernas. 

Cuando la volví a ver, para mi había pasado una vida, para ella cinco minutos y estaba sorprendida de mi rapidez. „Esto no es un pantalón, es un chicle con patas. Pruébatelo y cuéntame, si te sirve lo tengo en cuatro colores“. Mi cara de traficante de caramelos le sacó la risa a esta bellísima modelo de Botero. Abrió la cortina como si tuviera reencarnada a Foo foo laBelle. Yo le había dado un blusa blanca corta que terminaba justo a la altura de su cintura, algo que nunca se hubiera atrevido a usar. Y fue cuando me desaté.

Maravillosa, te ves hermosa, ¿no crees?-Pues si, lo que no sé si me lo pondría para salir a la calle. La gente es muy fresca y me miran casi con lástima, es muy incómodo.- Mi pregunta fue que si te ves hermosa. -Pues si.- Entonces te voy a contar que la gente siempre te va a vejar por cualquier razón. Pero tienes que pasar por encima de eso, siempre que sea posible y dar la información que de veras te interesa. ¿Sabes que yo veo ahora? tu valor. Para mi gusto faltaría un color rojo en los labios y unas gafas negras. Eso traducido en mi idioma es como mandar a comer tuzas a quien se meta en el camino. Veo a la gente muriendo de envidia a tu paso, no por tu talla de ropa si por la talla de autoestima. Esconder tu piel, tu cuerpo, tu historia es el mejor modo de perder todos tus valores e invitar a los perdedores a pisotearte. Tú crees que Rigoberta Menchú se dejo amilanar por ser indígena, pues ahí la tienes con un premio Nobel y un príncipe de Asturias, con sus ropas mayas que la pare quien tenga más moral que ella. Y crees que Josefine Backer la tuvo fácil como única mujer negra en el mundo del espectáculo de la Francia de los años veinte, pero para eso está el universo, de sus críticos no se ha escrito nada y ella será por siempre la musa de medio mundo. La cosa es decidir de que lado quieres estar, del lado de la que sufre en silencio la represión real de la sociedad con sus cañones retrógrados o la que se encarama encima de todo eso y va a por grandes batallas. Eso si, te doy un consejo de desconocida, como diría el poeta, rodéate de los que vean tu luz y no los que estén buscando tus manchas.

La muchacha se compró tres pantalones de diversos colores y la blusa corta. A pesar de las medidas de protección nos abrazamos con la mirada. Ella se marchó. Yo me sentí acompañada de tantas almas como la mía, de Rigoberta, Yanel, Aretta, Tawakkul, mujeres de pecho abierto, con mas ganas de existir dignamente que de tirar tres gritos al suelo. Todas siempre mujeres, lesbianas, con pene, negras, indigenas, impedidas físicas, enfermas o sanas, estériles, musulmanas, ateas, de derecha o izquierda, ancianas; pero siempre guerreras, visionarias rompiendo el miedo con una sonrisa. Uniendo almas.