La Cabina Roja

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Todo todo, mucho mucho

Si algo de divertido tiene esto de estar medio loca, es el mar de paralelismos que aparecen en mi cabeza tras la mas simple de las situaciones. Se tejen hilos que tocan los temas mas absurdos. Son una madeja de imágenes que me hacen caer en unos letargos de silencio que adoro, pero también me hacen parecer ausente o desinteresada. En realidad un poco de verdad siempre hay detrás de cualquier especulación. Ya les decía que soy muy curiosa y no quedo jamás satisfecha ante la respuesta de „es así por que si“ o „sabrá dios“, razón de sobra para no ser muy aficionada a las dictaduras, el paternalismo y el pensamiento estático. Hace poco tras una experiencia cabinistica, me inventé porque las personas se descontrolan tanto cuando son „amantes de“, o sus parejas incluyen en las relaciones tradicionales a un tercero, según yo, es por déficit mentulas-cunnus o plusvalía inversa de los afectos.

Como todas las hijas menores del mundo, adoraba heredar en vida cuanta prenda de ropa poseyera mi hermana. De ello tengo pruebas gráficas irrefutables; graduación de preuniversitario, vestido y zapatos, graduación de la universidad, vestido, zapatos y cartera, primera entrevista de trabajo, por supuestos también, vestido y zapatos. En momentos importantes de mi vida, menos el blúmer todo era de ella. Este fenómeno estaba justificado por la situación político - económico - social de mi familia y de toda una nación, en pocas palabras, que la inflación se había apoderado de toda la isla y nosotros no íbamos a ser menos. Además a mi me encantaba seguir su linea estética, escuchar sus rezongos al verme disfrazada de ella misma y lo mejor de todo, disfrutar de la adrenalina de ponerme algo sin su permiso. Cuando yo me enfundaba en alguna ropa suya, me sentía mayor, confiable y responsable, también poco sexy y sin curvas pero adulta. Su ropa en mi cuerpo por un segundo y yo me sentía princesa, pero de lavarla y plancharla nada. Que a qué viene este cuento, pues porque esta semana tuve a tres hermanas que en un momento íntimo en la cabina las agarré negociando para comprarse un vestido que les funcionara a todas. Sabemos de los huecos en el derecho penal para con los casos de préstamo sin consentimiento en la estructura familiar, así que estas tres niñas nacidas en el primer mundo, adaptadas a la diplomacia, se habían decidido por la conciliación. La cosa es que eran tres cuerpo diversos con tres personalidades diversas. Una era alta y con curvas como una amazona, otra era bastante entrada en carnes pero con lineas sutiles como damisela del siglo XVII y la tercera era de esos cuerpo que yo suelo llamar estándar, una talla treinta y ocho, con largo de pantalón treinta y dos, ese cuerpo que encuentra prendas en todos las rebajas y todas las culturas. En cambio el vestido era complicado. La conversación no estaba yendo por buen camino así que metí la cuchareta. Me desaté el cinturón que llevaba puesto, di una vuelta de carneras por debajo de una mesa y le arranqué una sandalia dorada a un maniquí. Recuperé el balance y mientras hacia un medio giro para dirigirme a ellas, manteniendo el contacto visual, tome un leggins de una mesa y como una guerrera de Marvel, armada hasta los dientes me dirigí al grupo para resolver aquel conflicto. „Les aconsejo que prueben con una talla cuarenta“. Las chiquillas, de ángeles caídos del cielo se convirtieron en arpías dispuestas al ataque. Saqué mi artillería y continué. „Tú con este cinturón que marcará la cintura y alargará la línea de la pierna. A ti te va a quedar un poco corto pero con estos leggins debajo seguro que matas canalla y a ti con un par de sandalias muy discretas de cintas doradas que le darán un toque sofisticado y un carterón que le tumbe los espejuelos a un ciego“. Sus caras no eran de mucha seguridad así que seguí con mi treta. "Como ven es el mismo vestido que se verá de modo diferente en cada una y así no parecerán un coro.“ Sonrieron y con tremendo desparpajo me dijo una de ella. „Pero es que queremos vernos todas igual“. Me desarmaron la estrategia circense y como no soporto quedarme callada les pregunté porqué. ¿Serían parte de un espectáculo? Su respuesta fue simple, les gustaban a las tres las tres opciones y como de todos modos vivían juntas, pues con uno bastaba. Con esta lengua que se la va a llevar un día un tornado, les digo que ustedes lo que quieren es como en Short Creek, ese pueblo polígamo en  estados unidos, lo que en de vez de ser con un hombre pues con un vestido. Y saben que se van a tener que buscar a un mago del amor o hacer reuniones colectivas hasta para tomar agua o comprarse un vestido de corderoy“ y como poseída, seguí -"Pero es que no es posible dar el ciento por ciento en todas partes, porque a una le quedara ancho, a la otra corto y a la que le sirve cuando llegue a sus manos ya esta desbaratado y hablo del vestido no del novio“ tras una carcajada para descongestionar el ambiente, continué. „Yo puedo creer que sean las tres felices, pero a la tercera planchada lo que van a recoger el vestido desecho en menudos pedazos.“ Sus ojos eran de risa y de espanto, no se esperaban mi mal tino para encontrar buenas metáforas y después de pensarlo se compraron cada una la misma pieza en las tallas que les correspondían. 

Pero de verdad que tienen valor aquellos que se enfrentan a la aventura en el poliamor sin advertir a las partes participantes, porque al final la insatisfacción correrá detrás de ellos y lejos de  hacer un plustrabajo, lo que hará en un minustrabajo o como dirían en mi barrio las señoras de buena familias, brindar solo migajas de amor. Si usted no tiene los medios ni la infraestructura, y tampoco el tiempo necesario para producir satisfacción, dar el afecto o hacer un doctorado en  comunicación, instrumento necesario para una relación, recoja las fantasías de beduino israelita que usted tiene y sea un monógamo consiente, especialice sus fuerzas, aumente su producto interno bruto y goce.