La Cabina Roja

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puedo, puedo

Cuando Obama soltó el slogan „si, todos podemos“, yo me lo creí, lo repetí hasta el cansancio e incluso creo que desde antes esa francesita era mía. No lo voy a culpar de mis faltas y no pondré su nombre en cada herida como autor intelectual de mis desaciertos, pero tampoco voy a cargar toda la culpa sobre mis espaldas. Desde siempre he creído que querer es poder y si un presidente la piensa como yo, qué mas confirmación puedo desear para lanzarme sin paracaídas en el vacío confiada de que todo va a salir bien?

Recuerdo que uno de los primeros „si, yo puedo“ fue durante una relación sexual donde mi contraparte tenía el pene tan pequeño que no recuerdo si hubo penetración o no. La cosa es que me dije, esta tu niña como puedes ser tan primitiva y poner todo el peso de su personalidad en en los pocos minutos que va a durar la horizontalidad con este rival. Me convencí de tal modo que decidí ver su lado intelectual con una lupa, como mismo lo haría con su glande. Qué pasó, que no hubo segunda cita, nunca hablamos del tema y yo convencida de que su cuerpo era incompatible con el mío, duró lo que dura una merienda en la puerta de un colegio. Luego me enteré que tuvo hijos, hizo a otras mujeres felices y yo en mi silente mundo esperé el próximo tren mientras leía sus poemas. En fin que no pude mantener el „yes we can“.

Años mas tarde me encontré con un ejemplar, que cual cóncavo y convexo hacia los malabares con mi anatomía que a mi me apetecían y los que no conocía. Para no quedarse corto, también los hacía con mi psiquis. Como todas las mujeres educadas a ganar las guerras, convencidas que el amor corrige las almas y que nada es mas fuerte que el „si quiero“, estuve al punto de la depresión y tomaba pasiflora como si fuera agua en el desierto. Mi vida era una montaña rusa, pero yo no estaba dispuesta a rendirme, aunque para no desbaratarme cuesta abajo tuviera que usar el carcañal de freno. No importaba que parte de la piel tendría que dejar en la batalla, pero que todo fuera por el eslogan. 

No te creas que son solo los hombres los que me han tirado la mercadotecnia para la candonga, también la poca conciencia de la infraestructura con que me trajeron al mundo ha hecho de las suyas en esta mi historia. En uno de esos ataques de integración con supervivencia que he sufrido a lo largo de mi aventura de extranjera, me busqué un trabajo maravilloso, el santo grial del mundo industrializado, influenciada por las mujeres de mi familia todas emancipadas e independientes, yo no podía hacer menos. Después de navegar por el mundo virtual y de entregar miles de peticiones en el mundo real, di con algo ideado para personas como yo, extrovertidas, sociables y con cero conocimiento en las artes manuales, „empaquetadora de embutidos en una fábrica“. Mi espectacular plan era que aquel nuevo misterio me sacaría del bando del proletariado en lo que un chivo da tres brincos y que con el primer salario podría incluso permitirme una escapada a las Islas Canarias, le tenía echado el ojo a un hotel seis estrellas y estaba ya todo cuadrado. Una estera con un tetris lleno de cajitas plásticas era el lugar donde fraguaba mis planes veraniegos. Después de una semana, hablaba sola, tenía un tic en un ojo, tendinitis, había desarrollado una alergia a alguna sustancia que había por allí y lo peor, no quería ver a ningún espécimen del género masculino a mi lado. En cuanto veía a un hombre se me activaba el modo pezuña mecánica e imaginaba que mi mano derecha se convertía en algo así  como una trampa de osos de un bosque canadiense, pero de quince centímetros de diámetro. En mi mente le daba un zarpazo en los pantalones del que se me parara al lado, sorteando salchichas por tamaños, color y peso, dándoles tres vueltas en el aire y al dejarlas caer al suelo con la mano derecha en forma de cuño burocrático, la etiqueta dorada. Se podrán imaginar lo duro que fue ver mi carrera de futura millonaria chocar de modo frontal con mi reputación de mujerona sexy buena amante. Tomar la decisión fue terrible pero esta vez tampoco pude mantener el „yes, we can“.

Mi historia no la hago con ánimos de desanimar a nadie, sino con toda la intensión de que seamos críticas cuando nos enrollamos en una empresa y que entendamos que no tenemos tampoco la total responsabilidad de todo lo que nos sucede. Aquel posible amor seguramente no me diría al presentarse,- mi nombre es Periquito y lo tengo chiquito- pero seguro que con sus casi quince años de experiencia por encima de mis escasas peripecias, me podía haber demostrado que el sexo es mas que la gimnástica y que para robarme una sonrisa en la cama o un orgasmo el tenía mas que suficiente. Del tóxico la culpa la tiene Hollywood, yo creía que el amor había que sufrirlo para saber que era de verdad, pero se me olvido un detalle, casi todo lo que se hace entre dos, se rompe entre dos y se cuida entre dos. Si no es así, pues la historia está mal contada. Y de los trabajos, que decir de ellos, para mi son como las relaciones personales, siempre hay que dar algo para recibir, pero lo más importante es pararse delante del espejo y sincerarse consigo mismo. No hay chaman, ni ocultista, ni vendedor de charada que conozca tus límites como tú misma, tus miedos y los millones de puntos fuertes. Si ya te decides a entrenar al crítico que vive en cada uno de nosotros, saca a la luz el ángel que te recuerda la fuerza que tienes. El alma no solo donde queramos sino donde sabemos que podemos, solo así haremos historia como lo hizo un presidente negro.