La Cabina Roja

View Original

remete

Ella lo vivía todo intenso, sin medios tiempos. La sopa hirviendo, el helado congelado, el sexo sin amor, el amor sin sexo. Las noches para ella eran locura y los días entrega. Era diseñadora gráfica de la imprenta del comité central. Sus carteles eran memorables y tanta pasión solo era posible después de saborear el infierno. Escuchar el cañonazo le retorcía el cuerpo. Habría el escaparate, bebía, fumaba, se ponía el vestido rojo sin ropa interior, unos zapatos altísimos de tacón cuadrado y salía a escondidas por la puerta de la cocina. Aquello era el secreto más público de la familia. Todo pasaba en un medio transe. ¿Dónde se separaban sueño y realidad? Los médicos hablaban de bipolaridad, los espiritistas de una gitana que se apoderaba de ella. Pero su hija pensaba que era una puta genial e hipócrita, falta de cariño.

Esa mañana encontró bajo un montón de papeles la citación „cinco pm. reunión extraordinaria del núcleo del partido“. Como una bomba le cayó la noticia. Cogió el teléfono con ambas manos, miró a todos lados y marcó el teléfono de Pachy. Pedro Daniel, era su mejor amigo. Desde la escuela primaria recorrían por la vida juntos. En los años sesenta simulaban ser pareja para que él no tuviera problemas por su inclinación sexual y en la clandestinidad compartían amantes.- Oigo- ¿Habla Iliana? – Todavía esta en la cama- Del otro lado hablaba la muchacha que trabajaba para Pachy. Una matancera que todo lo sabía y lo que no, se lo imaginaba – Iliana no tengo mucho tiempo, despiértalo - ¿Pachy, qué hicimos anoche ? – ¿Tú me despiertas a esta hora para eso?- Es serio. Hay una reunión extraordinaria del partido y tengo una mala sensación.– Todos los meses es lo mismo. – Coño, no juegues con eso. Sería el colmo después de haber librado estos años, cargar al final con una expulsión- A lo mejor es para condecorarte por ser la mas autentica referencia de la putería en la Habana.- A la risotada le siguió el golpe del teléfono. Pachy la llamo atrás y después de las disculpas continuó…

-El martes fuimos a donde Rogelio a ayudar a Melissa la amiga mía. Conocimos a un chico. Hablamos de los beneficios de la experiencia. Él trajo al primo. Te le tiraste a los labios y lo metiste a la cocina de la casa y no te vi más - Hay Caridad del Cobre, y si el chiquito era del trabajo ¿Cómo era?- Treinta años, mulato, con una dentadura de Colgate. Yo pensaba que era gay, no lo sé, dime tú – Concéntrate ¿Tenía una seña característica, un tatuaje, algo? – Si, un lunar como el de Gorbatschow. – Me cago en la que canta y … a los sesenta y dos años pasando pena. La reunión es pa’mi, me van a sancionar – Niña ¿te quedaste parqueada en los ochenta? Si sancionaran a la gente por esas cosas en vez de una orquesta, el partido se quedan con un combo. Tú la habrás cagado, ¿pero que hacia él en un club de trasvesti? ¿buscando inspiración para la próxima campaña de recogida de marabú?- 

¿Quién podría ser? En los últimos tiempos las filas del partido habían diezmado tanto que unieron la imprenta, el centro gráfico, la papelera y hasta gastronomía y comercio del municipio. Un lunar como el de Gorbatschow no era algo que pasara desapercibido. 

Llegó la hora. Tomaron asiento, algunos se quedaron parados muy cerquita de la puerta para escapar en el primer chance. En el centro del palco se ubicó el secretario general. A los lados, la organizadora, el encargado de finanza, el ideológico. Como un modelo de pasarela entró el secretario  de acta, que se tenía que sentar al costado derecho del podio en una pequeñísima mesa. Lo primero que llamó su atención fue la marca roja de su cara, era una cuchillada en su inmaculada imagen. Un guiño de ojo de aquel mulato le cortó el aliento. No sabía si escapar o quedarse inmóvil. Como un acto de supervivencia, se dejó caer al suelo fingiendo el desmayo. Todos corrían hacia ella, unos gritaban ayuda, otros échenle agua. En la gritería reconoció la voz de Nancy que pedía café y la de el Miguel, el jefe de transporte que pedía un vasito de congrí para la compañera. En ese momento quería gritarle que hambre tendría él y la descarada de su mujer que trabajaba en el comedor y cargaba como una mula. Pero era capaz de soportar todo improperio antes de recibir nuevamente la sonrisa pícara del mulato.La cargaron y toquetearon alrededor de mil manos, con los ojos clausurados podía reconocer el camino por el que la llevaban casi como un atleta ganadora de una medalla olímpica. 

Llegaron a la oficina del director. Era amplia, olía a café recién colado y aromatizante de baño. Se hizo un silencio y decidió abrir los ojos. Lo peor estaba por venir. A solo centímetros de distancia como si quisieran verle el alma, estaban el director, Nancy con el vasito de café, Dulce María que estaba por retirarse para suerte de todos y desgracia del chisme institucional y el mulato. Lo primero que le vino a la mente fue volverse a desmayar, pero ya eso no lo creería nadie. Se tomó el café mientras esquivaba la mirada de aquel hombre que representaba un hueco en su memoria y lo peor, representaba una mancha en el expediente laboral. La respiración se le hizo pesada, el pecho subía y bajaba sin descanso. Nancy reaccionó y pidió amablemente a los allí presentes que dieran espacio. Entonces todos salieron y se despidieron con tal distinción como si no la volvieran a ver. El mulato se acercó y le susurró al oído „cuando te vuelva a coger, se te quita toda la cosa esa… princesa“. El cielo se le quería cruzar con la tierra. ¿Era aquello un piropo  o una advertencia? Temblaba, veía irse su autoridad en el trabajo, veía venir al mulato con la boca brotando babas con garras sobrehumanas, veía venir a Nancy con un cubo lleno de café y todos los compañeros que reían, y querían cargarla como cuando llevaron a Juana de Arco a la hoguera. Sintió un leve olor a amoníaco, oía las voces como de lejos, todo se puso negro y esta vez no estaba simulando.