La Cabina Roja

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Yo vengo de una generación de diplomas, distintivos, murales de emulación, aplausos en los matutinos, cintas alrededor del cuerpo que le gritan al mundo tus pequeños grandes logros. En pocas palabras una generación que luchó por el reconocimiento a pie de cañón y conoce todas las consecuencias que eso conlleva. Una generación que domina la expresión corporal, el uso de la luz y la sombra en exteriores e interiores, las artes narrativas, las escenográficas, pero por problemas cronológicos el mundo tecnológico - audiovisual nos ha robado un poco de espacio. Pero no nos amilanemos, al final la técnica es la técnica. El dominio del 3D y el desempeño durante un encuentro a cuatro ojos nos pertenece a nosotros, los que nacimos en cunas heredadas por seis generaciones, cantares de madres desafinadas y sexo sin condón. 

Tú reconoces una mujer milenial o Z, no solo por el estado de su piel o la calidad de sus dientes, porque hoy en día con los cuidados estéticos, el yoga, la zumba además de los avances médicos, pues no es tan fácil distinguir el kilometraje de muchas de nosotras. Pero en una tienda de ropa, donde nadie nos ve, sale la verdad a relucir y el dios Crono se hace omnipotente. Una persona nacida en los dos mil se prueba la ropa, sale de la cabina, alborota su cabello, da dos o tres pasos atrás para corregir el foco, baja el mentón en el mismo momento en que ubica las manos en los lugares estratégicos (entiéndase bolsillos delanteros o marcando costillas inferiores) y allí con cara modelo de Vogue, tras unos segundos de pausa, su cerebro comienza a debatir si aquello que ella ve, se parece a sus referentes de Instagram, Facebook, su tienda online preferida o publicidad en general. En esos segundos que parecerían de letargo, la mujer (de milenial p’lante) se encuentra en una lucha interna entre el ser y el parecer, porque su mundo está definitivamente segmentado en real y virtual ¿Esto pegará para Tinder o para el chat de la familia, la oficina o para ir a tomar café con Maricarmen? ¿Cómo encontrar el punto medio? Al final no es tan fácil como muchos creen. En cambio las nacidas de mil novecientos ochenta p’abajo cuando entra a una cabina, primero lo hace con pocas piezas para probar y segundo va decidida a convertir aquel espacio mínimo en el set de filmación de „Rambo contraataca“. No sé porque tenemos la tendencia a poner en ese momento, justo cuando el pantalón parecería perfecto, todos nuestros conocimiento de sumo y lucha libre a prueba. Nos agachamos; tiramos las piernas alevosamente a diestra y siniestras, a mas grados de lo anatómico y estéticamente correcto; cruzamos los brazos al frente como si estiráramos los omóplatos para comernos por una pata a Muhammad Ali; saltamos, hacemos la campana y cuando tú crees que ya aquel textil está probado, lo tiramos al suelo para someterlo a un último test, bailar un tap estilo Fred Astaire sobre él, calculando así el grado de machuque que la pieza puede aceptar. Y las milenial nos miran con desdén y sonríen a soslayo, adjudican nuestros movimientos espasmódicos a la imposibilidad de adoptar poses cual diosas griegas. Lo que sucede es que la generación X (nosotras) ve el mundo como una película no como una instantánea, además queremos que la camisa aquella esté a la altura de nuestras capacidades histriónicas y dure cuatro guerras.

Hace poco tuve unas clientas la mar de simpáticas, porque tengo que adicionar que nacer en un momento donde todo cambiaba, nos ha convertido en unos aventureros sin límites, desdoblados e irresistibles. Estaban justo en el momento del análisis de flexibilidad de la pieza, entiéndase casi a punto de hacer un split y pararse de cabeza, cuando yo, que conozco el producto y la fast fashion, llegué a salvar mi blusa de lo que le venía encima. Les pregunté que para que la querían, si pensaban incluirla en su ajuar de deporte extremo o como pieza de repuesto para una olla arrocera. Entre risas llegamos a la conclusión que el fin de aquella pieza debería ser otro… otro armario, porque en sus manos duraría un segundo. Sus razones eran miles y aquí viene la cosa, la clienta me dice que ella no era fotogénica, pero en cambio cuando se movía, temblaba la tierra y que su cuenta de TikTok estaba pidiendo a gritos una blusa como aquella. Entonces yo me acordé de los distintivos de la liebre y la tortuga. No importa que edad tengas ni si el reconocimiento es virtual o impreso. Nosotras nacimos para ser liebres, el mundo tiene que saberlo, y nosotras no podemos olvidarlo. Aquella venta se me había ido de control, ya lo había tomado personal. Sabía que mis palabras de elogios para con aquellas mujeres, que eran increíbles, se las llevaría la primera ventolera o el primer encontronazo con la vida. Cualquier tropiezo eliminarían mi lisonjas y comenzaría la lucha por el reconocimiento otra vez. Pero un like en Instagram, una visualización en TikTok, un „que bella“ en Facebook, un álbum con diplomas o el papelito de felicitación por una donación de sangre, eso si vale oro. No tuve mas remedio que buscarle una blusa maravillosa, super elástica, medio transparente con hilos de brillo porque esos like que ella iba a robarse también serían míos. De hecho ella regresó mas tardes y nos tomamos una selfie para que nada nos hiciera olvidar tanta risa. No estoy diciendo que se corten en decirle alguien que es bello y maravilloso, pero tampoco se olviden de escribírselo, porque la cotidianidad obnubila y el papelito habla lengua