La Cabina Roja

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to be or not

Pasar de una talla treinta y cuatro a una treinta y ocho y después seguir subiendo en nombre de las nuevas estéticas, las recetas gastronómicas y la dialéctica, en realidad no fue tan complicado. Si tiro para atrás el calendario yo acostumbraba a ponerme cuanto trapo me encontraba, sin importar que fuera de difunto o pariente. No tenia ni idea de la relación que había entre las tallas y mi presencia física en esta vida. 

La cosa es cuando pasas de tanga a mata pasión. Para algunos tendrá poca rimbombancia este tema o tendrá un carácter demasiado mundano, pero en algún momento de la vida, todos, hemos dejando un blúmer que abre las puertas del romance por otro que lleva colgado „cerrado por inventario“. Hemos desmitificado los poderes psico-sexis de un pedacito de tela pero en espacios muy íntimos, y eso señores míos, ha tenido consecuencias desbastadoras en la sociedad. Hemos predicado el „primero muerto que sencilla“ con la devoción de un santo, antes de „mas sabe le diablo por viejo que por diablo“. 

El otoño esta aquí, entró sin avisar y con él llegan los famosos leggins. En la cuba de los noventa y los dos mil, les llamábamos licra porque eran casi siempre de ese material. Yo por supuesto también tuve los míos. Los más chillones y brillantes eran los mas baratos, así eran los míos. Para ironías del destino hoy en día sigue siendo igual, aunque vengan con piernas campanas o con agarraderas para los pies, como los míos. El leggins o licra, como quieran llamarlos, fueron y serán una radiografía de tu historia dietética, tu vida sexual, una descripción de tu adn. Una puerta abierta a lo desconocido, la revolución de las mujeres que se querían poner ropita corta en las Europas, un acto de rebeldía a lo Greece, en fin una locura china. 

Lo mas común es que uses algo que cubra la zona del cinturón pélvico. Pero son muchas que van por el mundo gritando cuan frondoso tienen el monte de Venus o que cuan acolchonado portan los isquiones. Pero esto entra en la lista de los derechos humanos y el gusto personal, así que yo… en silencio. Mi problema es, y aquí si meto la cuchareta con gusto, cuando las clientas quieren ponerse un pantaloncillo de estos empaquetadas al vacío y no quieren que se les vean las marcas del blúmer, o pantaleta. Así fue la profunda conversación que yo tuve con una muchacha hace pocos días.

Se marca mucho- Que cosa? - El blumer. - Bueno se nota que llevas algo pero no es nada. O si? - Que va, entonces lo prefiero en negro que se nota menos.- Pero hija si ya no quieres que se note nada, no te pongas nada.- Cómo? Jajaja, ni loca.- Tú no quieres que se note, tampoco quieres andar sin nada, entonces como pretendes lograrlo?- Me tendré que poner una tanga pero me son muy incómodas.- Y si te pones algo cómodo y punto.- Voy a parecer una niña o una vieja. Que va. 

Así terminó nuestra conversación. Yo que tengo muy pocos problemas con el usar o no un trapo más o menos, me quedé pensando en lo complicado se nos ponen las cosas por delante en la juventud. Di media vuelta, saqué con la mano derecha medio blúmer de mi trasero acomodando luego, con ambas manos todo el atuendo, arqueando ligeramente mi torso cual bailarina clásica en un ademan casi elegante y me dije, tengo que renovar la gaveta de la ropa interior urgentemente. Salí del trabajo y fui a un negocio vecino. Yo, que me las doy de vocera de la aceptación del cuerpo me pesqué pidiendo un blúmer de tiro largo. De pronto descubrí que en mi vocabulario esa indumentaria se llamaba „de abuela“ o „para la menstruación“ y yo ni una ni la otra. Es que no tenía un nombre bonito para darle. Quería algo cómodo y sexy que cuando me sentara no trozara mi vientre ni mis nalgas. Nos reímos mucho la tendera y yo. Entré a la cabina como clienta. Hacia mucho tiempo no lo hacia. La chica era muy simpática pero metía la cabeza insistentemente en la cabina, mientras yo luchaba a jalones de pelo con la enemiga que tengo sentada en mi hombro derecho. Yo probando un ajustador de tallas imposibles, con una luz siniestra que hacia bajar como telones de teatro cuánta sombra podía provocar este cuerpo mío y la chiquilla allí, diciéndome que no estaba tan mal. No le di un escándalo de milagros. La suerte es que recordé mis tertulias cabineras. Metí tres resaos y se apoderó de mi, Taty la consejera. El blumer se llama en mi cerebro mata pasión, pero eso no significaba que así fuera, porque si una pieza, que no ve casi nadie determina mi actitud ante la sexualidad, pues tengo un grave problema. Los ajustadores no los hay de mis tallas, así que usare como siempre algún engendro. Pero un ajustador con sus letras y sus números solo habla del tamaño de la copa y el ancho de la espalda, no habla de salud, consistencia, colores, formas y fantasías. Entonces una vez mas me dije que las medidas de las ropas no son representativas del cuerpo que las usa como creemos, como mismo no lo es el sistema educacional con sus pruebas y programas. Yo que fui hasta mundial para salvar un año por filosofía, creo que jamás ningún profesor entendió mi eterno amor por la madre de todas las ciencias. Quien vea aquellos números posiblemente crea que mi amor era imperfecto, si es así, tiene razón. Como tampoco tienen relación mis divorcios con la seriedad para mantener una relación con alguien. En fin, abrí la cortina fui a la caja, pagué y cuando salí a la calle solo quería disculparme con la chica de mi negocio. Todas estamos de algún modo más preocupadas por parecer que por ser, solo tenemos que estar alertas y no dejar que se nos escape de la mano y decida nuestro camino.