La Cabina Roja

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como Coca Cola

Quien ha dicho que la vida es simple y que todo es como respirar o mear. Desde siempre hemos buscado métodos para escapar de la realidad. Hacer más llevadera la cosa, a expensas de tantas veces ni saber que es „la cosa“. Así algunos encontramos los libros, el cine, el maquillaje, las maquinas telefónicas. Nos enamoramos de actores a los que nunca les escuchamos la voz porque eran traducidos por artistas del patio. Entonces los mas valientes y talentosos se lanzaron a darle forma a ese mundo imaginario pintando cuadros,  conquistando sus sueños, labrándose un nombre o un mito, mientras muchos quedaron en sus casas tejiendo maravillosas historias cotidianas. Hoy en día la cosa no es muy distinta; antes te hundías en libros, hoy en Facebook; antes en el festival de cine, hoy en Netflix; antes buscabas novio en Malecón, hoy en Paarship. 

Con la explosión de la Burbuja Puntocom en el 2002 se abrieron tantos caminos para la enajenación, que lo que un día era lujo de unos cuantos se convirtió en harina de cualquier costal. Allá por los años X  para ser una diva tenías que cantar como Maria Callas o actuar como Maria Félix, para mover masas histéricas debías producir música a la altura de los Beatles o Benny Moré, si querías jugar golf en los campos de Hawai tu árbol genealógico debía venir con savia de oro líquido o haber montado al menos chivichana con los Rockefeller. En cambio hoy en día es todo tan cercano, cotidiano, asequible, tan fácil de falsificar como nunca antes y todo eso gracias al internet y el desarrollo abrumador de la tecnología. Quieres ser diva, ábrete un canal de YouTube y créete que eres la Cleopatra de la modernidad. Que te dio por ser cantante, no te preocupes, escribe tres o cuatro líneas en tu teléfono, (no pueden rimar, capaz que te saques el premio al mejor compositor de música urbana) te descargas Tracktion 7 y en menos de un santiamén cuelgas tu música en Bandpage, y se hizo la magia, ya eres cantante. Que mueres del deseo de gozar las maravillas que solo dan el dinero y no tienes ni dónde amarrar la chiva, pues eso no lo tiene que saber nadie, tú haces una cuenta de Instagram y pones cuanto fondo de pantalla te apetezca, hay filtros con collares, joyas y todo. Que eres mas crítica con tu cuerpo que un jurado de la Corte Internacional de Justicia, pues sigue cocinando tus fantasmas en su caldo y descárgate FaceApp. Como ven el internet es una maravilla y lleva menos esfuerzos que la vida analógica, ah… eso si, de contactos sociales nada. Porque si tienes que hacer un concierto en público lo de los Milli Vanilli va a ser un chiste en comparación con el escándalo que van a hacer a ti. Si lo de diva tampoco lo puedes llevar hasta el final, mejor que no salgas del set que te inventaste en el baño de tu casa, porque las divas de verdad a cada paso que daban inspiraban un bolero. De los viajes, tendrás que repetir lo que escuchaste en algún documental del hombre y la tierra. Así que lo peligroso de vivir mas como avatar que como persona, es justo lo asocial que te vuelves. El miedo que da encontrarse con la realidad y quizás con alguien que pida explicaciones por tus engaños o que no te reconozca en persona, yo tuve delante de mi a Leonardo DiCaprio y ni me enteré. Pero espérate, yo no estoy criticando a nadie, esos son los derechos humanos de cada cual, mírame a mí, aquí estoy jugando a hacerme la escritora y ni me preguntes de gramática ni taquigrafía. Pero eso es parte de este mundo virtual doméstico, todos queremos ser todo. Todos modelos, todos artistas, todos famosos, todos lindos, todos profundos e inteligentes. Pero no es tan fácil cuando un mundo se encuentra con el otro y ahí es donde la vendedora no haya la paz.

Esta semana especialmente he tenido unos encuentros muy especiales. El primero fue con una clienta que me pide un pantalón como el que ella vio en una foto. Yo me ericé, porque sabía por donde venía el problema. Ella era de tallas grandes y con cara de empacho miraba los mini pantalones que colgaban en mi tienda. -Si pero estos no son- repetía a cada propuesta mía. Mientras tanto con casi medio cuerpo dentro de su bolsa buscaba desesperada el  teléfono, era como un buzo que salía de vez en cuando para tomar aire y volvía a internarse en las profundidades de aquella cartera, que tenía mas capacidad que el bolso de Mary Poppins. Finalmente salió con el teléfono en mano, la foto ya lista, y para mi no sorpresa, ahí estaba, era una captura de pantalla de una  tienda online de allá por el lejano oriente. Era una morena con una cola de caballo que le superaba la rabadilla y la cintura más fina que la de Betty Boop. Estaba empaquetada al vacío en unos vaqueros azules que eran una fantasía. Lo primero que hice fue mirarla y le solté - pero tú sabes que esa foto no es real, verdad?- si pero el pantalón- el pantalón tampoco, la modelo no tiene costillas y tampoco rodillas. Mira vamos a hacer una cosa, yo tengo algo que se le parece mucho, mejor pruébatelo- ella asintió no muy convencida. Entonces llegó el momento mas delicado y peligroso de mi profesión. Qué talla usas?. Yo tenía en las manos ya lista la Xl, pero con un ademán lo dejé caer tras la mirada incisiva de aquella mujer. Su mano ya estaba casi dentro de la cartera y me daba a entender que en cualquier momento sacaría su Kalashnikov y me iba a enseñar quien usaba la XL. Yo rápidamente tomé una talla M y una L y le dije que no estaba segura ni de una ni de otra, que el corte del pantalón era algo especial, así que le aconsejaba probar ambas. Su ánimos se calmaron y salió de la cabina, igualita a la de la foto, „empaquetada al vacío“. De la imagen del espejo a la de la pantalla del teléfono habían dos mundo, pero yo desenfundé mis armas de vendedora y le hablé del precio, y de lo mucho que las jovencitas compraban ese pantalón y convencida de haber tomado la decisión correcta, se fue a la caja y yo al paredón. 

Pocas horas después, también con unos vaqueros, una niña, porque tendría quince años, que era bellísima, hacia oídos sordos a mis consejos. De pronto le saqué una foto de Kylie Jenner del Instagram y no tuve que emitir mas palabra, aquello anulaba cualquier técnica de venta, compró dos y salió con la cara de quien había ganado la lotería, por un segundo tenía algo en común con una de las Kardashian.  Sabría ella que la Jenner lo único que tiene sin operar es el ADN y que se moriría de envidia si viera a mi clienta gozando de su naturalidad. Pero esa es la vida dura, a ninguna les faltaba ni un pelo, irradiaban evidente buena salud y allí estaban persiguiendo un ideal que las torturaba y que siempre se regenera para ser inalcanzable, perdiéndose las bonanzas de este mundo imperfecto y maravilloso. 

Por si o por no, yo voy a dejar de escribir ahora mismo, voy a preparar un café y beberlo con un par de amigas a las que no les podré esconder las imperfecciones de mi piel, porque sus espejuelos no tienen filtros, pero reiremos y ese es mi modo mas efectivo para esconder las arrugas y venderme, al menos a ellas, como coca cola.